OTOÑO EN ALBACETE

OTOÑO EN ALBACETE
Fiesta del Árbol

martes, 16 de enero de 2024

 

DELHI,CAPITAL DEL SUBCONTINENTE INDIO.

NUESTRA PRIMERA EXPERIENCIA:EL VIEJO BUS DEL AEROPUERTO

III

Atravesar los trámites aduaneros de un aeropuerto indio es una experiencia bastante única. Hay que hacer una auténtica demostración de calma y buen humor, ya que la lentitud con la que se mueven los empleados de la terminal aérea ,resulta para nosotros, los occidentales, exasperante. Da la sensación de que el pueblo indio permanece totalmente indiferente a esta lucha por el tiempo que la sociedad de consumo capitalista lleva consigo. Para ellos el tiempo tiene un sabor distinto. Diríamos que no cuenta como un enemigo contra el que hay que luchar.

No tenemos más remedio que tomarnos la situación con calma y tranquilidad.

Aprovechamos la espera para cambiar en el Banco de la India nuestras primeras rupias. La Rupia, moneda nacional de la India ,está dividida en cien paisas y se cotiza, con arreglo al dólar americano, a ocho rupias por dólar. La equivalencia con respecto a nuestra moneda era de ocho pesetas , más o menos, por rupia. Como la peseta no se cotiza ni en la India ni en Nepal, toda nuestra fortuna la hemos llevado convertida en dólares y en cheques internacionales “American Express” y ”Bank of America”, muy acreditados tanto en la India como en Nepal.

Salvados los inconvenientes de la aduana y la revisión de los pasaportes y visados, conseguir un billete para el autobús que ha de llevarnos a la ciudad, resulta verdaderamente difícil.

Antes de vendérnoslo, intentan por los todos los medios y pacientemente,convencernos de la conveniencia de que cambiemos nuestro hotel, el Nirula´s, por otro más barato y mejor. Convencerlos de esto nos lleva bastante tiempo, aunque al final conseguimos, no sin grandes discusiones, nuestros billetes.

El minibús que va a llevarnos a la ciudad debe tener unos cincuenta años. Viejo , descolorido y destartalado, nos da la sensación de que va a desplomarse a mitad del camino. Llegamos a la conclusión de que no es el transporte oficial de Air India ni de ninguna compañía oficial y de que estamos siendo víctimas de nuestro primer timo.

Efectivamente,días después comprobamos que el precio máximo de un taxi era de unas siete rupias por persona, cuando el bus nos había cobrado diez a cada uno.

Un trabajo de campo sobre la sociología del timo ( todos los extranjeros damos la sensación de que somos multimillonarios ) es un tema muy interesante que algún sociólogo ha de emprender algún día. Creo que merece la pena.

Los cuatro primeros que entran en el pequeño autocar-camión son los únicos que consiguen sentarse. Los demás , envueltos entre mochilas,rodillas, cocos, animales y piernas, conseguimos aguantar los veinte kilómetros que separan el aeropuerto de la ciudad, viviendo así nuestra primera experiencia típicamente india.

Los cristales sucios y polvorientos de las ventanillas apenas nos permiten ir descubriendo el paisaje humano y el mundo que vive en la calle: mujeres y niños desnudos que caminan a lo largo de la carretera ,descalzos , llevando ellas enormes fardos sobre sus cabezas; hombres que permanecen aletargados debajo de la sombra de los árboles, familias que viven en la calle alrededor de una pequeña hoguera donde cuecen sus escasas comidas .

Las vacas, consideradas sagradas en este país, se mezclan en una tremenda y confusa algarabía con bicicletas ,peatones , motos y coches de hace más veinte años y las famosas rickshaw.

La calle da la impresión de un gigantesco caos, de una anarquía impresionante e impactante,como si la palabra “organización” no existiera en este país. La falta de higiene y la diversidad de olores forman también parte del paisaje urbano y de sus gentes .

El Nirula’s Hotel, viejo y destartalado, situado en el viejo Delhi, en Connaught Delhi Place, encalada su fachada en un continuo desafío al inclemente sol, nos recibe indolentemente.

( Bienvenida a la India )




José Luis López Terol

( Delhi, cinco de julio de 1976 )

(La India Vista por un albacetense )

La Voz de Albacete , 3 de septiembre de 1976



sábado, 14 de octubre de 2023

 

EL VUELO. PRIMEROS CONTACTOS CON LA INDIA:NUESTRO AMIGO BADRINATH. LLEGADA A DELHI

II


Todo el grupo ha quedado diseminado, ya que los asientos del avión van numerados. Conchita y yo hemos tenido suerte y compartimos los nuestros con un simpático y locuaz brahamán. Lo descubrimos, poco después, de empezado el vuelo. Acurrucado en su asiento, embutido en un oscuro traje europeo, de estatura pequeñita, con un unos grandes ojos negros que nos miran incesantemente en un claro deseo de entrar en conversación.

- Where are you from?

La clásica pregunta rompe el silencio en un afán de provocar un diálogo que luego duraría prácticamente durante todas las horas del vuelo

Está claro que los viajes rompen los hielos del corazón y acercan a los hombres en un deseo de conocerse mejor, de penetrar en el mundo desconocido que cada persona simboliza y encierra. Es algo verdaderamente excitante, que acrecienta de una manera gigantesca la amistad de los seres humanos y que los enriquece enormemente.

Nuestro amigo se llama Badrinath y por su aspecto físico debe tener unos cincuenta años, aunque calcular la edad de un oriental siempre resulta difícil. Su trabajo en el Ministerio de Comunicaciones de la India le ofrece la posibilidad de viajar regularmente al extranjero, cosa que no sucede con el resto de los indios, a no ser de clases pudientes e influyentes, ya que el gobierno usa una política restrictiva en cuanto a la moneda que se puede sacar del país.

En estos momentos Badrinath viene de Ginebra de un Congreso Internacional sobre Los Medios de Comunicación y viajará con nosotros hasta Delhi. Habla inglés con fluidez y aprovechamos para “exprimirlo literalmente” con nuestras preguntas.

Sabemos que está casado y que tiene dos hijos. Trabaja como médico en un hospital de Delhi y su hija, graduada en Químicas, trabaja en un centro de investigación. Mostramos interés por conocer a su familia como representante de una clase social acomodada, pero resulta imposible, ya que están de vacaciones en el sur del país.

Badrinath nos pone en contacto por primera vez con la religión hindú, en una de sus múltiples sectas. Debido a que pertenece a los brahamins, es vegetariano y, como representante de esta casta, pertenece a la más alta clase social del país, los brahamanes.

Este grupo religioso, al igual que otros grupos, prohíbe toda acción que engendre la violencia y, por esta razón, no pueden comer carne, ya que significa la muerte de un ser vivo que pertenece al contexto de todo lo creado y cuya vida es importante y se ha de respetar. Se queja de los problemas que ha tenido para comer.

Surge en nuestra conversación el tema de las castas y su relación y entre ellas. Nadie de una casta superior mantiene contactos, aunque sean superficiales, con los de una casta inferior.

Esta confesión de Badrinath nos sorprende. Estábamos convencidos que esta serie de prejuicios sociales estaban ya eliminados en la India actual. Pero resulta imposible cambiar la mentalidad milenaria de un pueblo y modificar su comportamiento y actitudes. Las diferencias sociales están muy arraigadas en la comunidad india y aceptarlas con plena naturalidad forma parte de su peculiar idiosincrasia.

Ante nuestra sorpresa, Badrinath nos explica que la sociedad actual, más liberada de las antiguas tradiciones, está empezando a eliminar estas costumbres. Somos conscientes de que es una labor larga y penosa.

Este problema ha acaparado todo nuestro interés y queremos intentar una toma de contacto más directa con la realidad del país, con las mil realidades que el pueblo indio nos va a ofrecer.

Son las cinco de la mañana ,hora española, y aterrizamos en Teherán.

Esta escala está considerada como técnica y tiene como único objetivo repostar combustible. Permanecemos en el aeropuerto durante más de una hora y no se nos permite salir del avión. A través de las ventanillas contemplamos que el aeródromo está lleno de aviones militares de Estados Unidos y nos sorprende y, al mismo tiempo, nos llama mucho la atención.

Desde Teherán el viaje se hace interminable.

Ya amanecido, volamos entre montañas espesas de nubes blancas. Con la cabeza pegada a los cristales de las ventanillas del avión intentamos localizar esos países que en el mapa hemos visto de color rojo, marrón y verde.

Al fondo, apenas imperceptible por las nubes que juegan a ocultar el paisaje, apreciamos  miles de lucecitas como llamas de encendidas y diminutas cerillas. Observamos y deducimos que estamos volando sobre Kuwait. Son los pozos de petróleo en pleno rendimiento.

Más o menos, a las once de la mañana tomamos tierra en el Aeropuerto Internacional de Delhi. Aquí son las dos y media del mediodía. Nos parece imposible que, al fin, estemos ya en la India. Tenemos la sensación de que hemos perdido la noción del tiempo y que no nos creemos que, dentro de poco, nuestros pies pisarán el suelo indio.

Una temperatura de 37 grados nos baña la cara, aunque a mí me parece que son más de cuarenta.

La sala de llegadas del aeropuerto nos regala un fresquillo que agradecemos.

Sí, ahora sí que estamos en la India y ya empezamos a sufrir el tremendo calor que lo invade todo.

Lo soportaremos con gusto.







( Delhi, cuatro de julio de 1976 )

José Luis López Terol

La Voz de Albacete , 3 de septiembre de 1976




domingo, 17 de septiembre de 2023

 

LA INDIA,VISTA POR UN ALBACETENSE

BARCELONA,ROMA, DELHI

I


Por fin, hoy día tres de julio, una gran ilusión, alimentada durante años, va a hacerse realidad. La India, misteriosa y lejana, ha empezado a tomar forma en nosotros. Durante los últimos meses, libros, películas, reuniones entre los miembros del grupo y conferencias nos han ido acercando, poco a poco, a su cultura milenaria y a sus gentes.

Cada elemento del grupo ha ido aportando su granito de arena a esta idea, a que este acariciado proyecto madurase y se hiciese realidad: Lourdes, licenciada en Psicología, Gloria en Arte, Joaquín en Economía, Conchita en Derecho, Antonio, especialista en piedras preciosas y, el que que escribe, José Luis, licenciado en Literatura.

En nuestras reuniones nos preguntábamos continuamente si sabríamos digerir el cúmulo de experiencias que Oriente nos iba a ofrecer. Teníamos miedo ante la duda si podríamos prescindir de nuestra mentalidad occidental en un intento sincero de aproximarnos a la India en sus manifestaciones filosóficas, religiosas y humanas.


El vuelo de IBERIA de ochenta minutos de duración nos dejó en el Leonardo da Vinci, el nuevo aeropuerto de Roma. Poco después, la ciudad nos recibía con un auténtico baño de calor, de luz y de sol. Como el próximo vuelo de AIR INDIA con destino a Delhi no salía hasta las 23,55, decidimos pasar el día visitando la ciudad.

El autobús de ALITALIA, con su abusivo precio de mil liras, nos sorprende desagradablemente. Lo consideramos excesivo y el hecho da lugar a mil comentarios diversos: la política italiana, la economía, la actualidad del país centrada en la corrupción de sus estructuras de poder, la fuerza que va tomando el PCI, son temas que vamos desgranando poco a poco durante nuestro despreocupado deambular por la Ciudad Eterna.

En el bus del aeropuerto, sentados detrás de nosotros, susurra lentamente un matrimonio madrileño. Él es profesor de Historia y manifiesta, a veces agresivamente, un carácter duramente amargo. Nos confiesa que España le ha frustrado fuertemente. Son unos auténticos enamorados de Roma y nos recomiendan para comer un restaurante barato, Il Delfino, en el Corso Vittorio Emanuele. Descubrimos como los ojos de nuestro profesor de Historia se van abriendo poco a poco, cómo despiertan emotivamente ante los colosales e históricos monumentos que, al paso, van descubriendo. Da la sensación de que Roma, ”su Roma”, le va restituyendo la vitalidad perdida, las ganas de vivir.

Roma nos emociona y deprime en una mezcla confusa de sentimientos. Sus calles, sus plazas, el color mortecino de sus viejos palacios y sus casas, nos producen una enorme sensación de decadencia, de un envejecimiento lento y pausado, sereno tal vez, pero verdaderamente triste.

Estazione Termini nos sorprende con sus “300 maravillosas liras” por realizar las más elementales necesidades fisiológicas. Menos mal que el Vaticano, y gratuitamente, resuelve gentilmente nuestro problema. Poco después, la Plaza de San Pedro con su impresionante columnata aparece ante nosotros con toda su espectacular belleza. Al fondo, la majestuosa Basílica, concebida como primera iglesia de la cristiandad, nos hace pensar en la institución , en sus riquezas y en su poder.

Todo el Vaticano es una inabarcable obra de arte: pintores, escultores ,arquitectos y todo tipo de artistas que han dejado aquí la esencia del arte como testimonio de este glorioso y, a veces, turbulento pasado.

Nos apresuramos, junto a miles de personas de los más lejanos países y de las más diversas razas, por entrar dentro de la basílica. Gloria, nuestra especialista en arte,no puede entrar, ya que los guardias del templo no consideran púdica su indumentaria. Tiene que esperar a que Conchita salga del templo y le preste su tupido jersey.

La esperamos, sentados en la escalinata de la iglesia,compartiendo esta emotiva comunión de pueblos de todo el mundo.

La tarde transcurre lentamente entre Vía Véneto, punto de reunión de la vida nocturna romana,y la Plaza de España con sus tenderetes hippies, la fontana de Trevi, espectacular belleza estrangulada por un coro de horribles casas ( ¡qué pena! ) y la Vía Fratina que nos ofrece la posibilidad de degustar los famosos helados italianos.

Son las nueve de la noche y estamos de nuevo en el aeropuerto.

Los trámites para conseguir la tarjeta de embarque son lentos y engorrosos. La encargada de estos menesteres no parece terminar de aclararse con la máquina electrónica que está manejando y tenemos que esperar pacientemente. Finalmente, podemos quedarnos ya tranquilos: hemos pasado los controles de aduana y seguridad y nuestra sala de espera, la numero catorce, empieza a familiarizarnos con el destinos de nuestro viaje. Algunos indios ( solamente utilizaré la palabra hindú cuando me refiera a filosofía o religión ) esperan resignadamente la salida del avión. Bien vestidos, muestran un semblante apacible y tranquilo. Se les ve una tremenda seguridad. Son ejecutivos,hombres de negocios, comerciantes, turistas con dinero que regresan a la India una vez terminada su estancia en Europa. Como he comentado, ellos, los hombres a la moda occidental, llevando sobre sus cabezas vistosos turbantes; ellas engalanadas con elegantes y exóticos saris.

Tras media hora de retraso, embarcamos.

El avión presenta un ambiente artificialmente hindú: música propia del país,decoración relajante, azafatas con coloridos saris que nos van ofreciendo caramelos y semillas y que sonríen sin cesar.

Somos conscientes de que esta elegancia y este confort no representan la auténtica India que nosotros deseamos conocer. La realidad por la que nosotros viajamos a este lejano y mítico país oriental está a doce horas de vuelo y es con seguridad, de un sabor muy distinto .

Ahora procuraremos dormir. Nuestra primera escala será Teherán y queremos llegar muy despiertos.





( La mala calidad de las fotos está relacionada con la tecnología de la época. La fotos son del autor )


( Roma, tres de julio de 1976 )

José Luis López Terol

La Voz de Albacete , 1 de septiembre de 1976

lunes, 8 de mayo de 2023

BARCEL0NA, 23 DE JULIO DE 2013

 

La tarde languidece a su suerte, sofocada por una inmensa ola de calor que desdibuja y desenfoca el paisaje urbano de la ciudad.

Salir de la caverna con esta sofoquina parece impensable y eso que son ya las nueve de la noche. Me desligo de las cómodas ataduras que me atrapan a la placidez del sofá y a una tarde tontorrona y emprendo rumbo hacia el Port Vell de Barcelona.

El Parc de la Ciutadella acorta el camino.

Parque muy polémico en su día. Fue construido en los terrenos de la antigua fortaleza de la ciudad, que, a su vez, había sido edificada en el pasado sobre el antiguo barrio de la Ribera como castigo de Felipe V después de la Guerra de Sucesión del siglo XVIII. Diseñado por Josep Fontseré, acogió la Exposición Universal de Barcelona en 1888, construyéndose toda una serie de edificios, pabellones y monumentos. Algunos podemos encontrarlos hoy día, como la Cascada, el Museo de Ciencias Naturales o el Hivernacle.

Precisamente me detengo en la monumental fuente restaurada no hace mucho.

La luz ya apagada de la tarde da un tono crepuscular al dorado de las esculturas que la coronan. El elemento central es el Nacimiento de Venus, de Venanci Vallmitjana, y, en lo alto del conjunto, se encuentra la Cuádriga de la Aurora, de Rossend Nobas, autor también de cuatro grupos de genios, dos faunos y la figura de Eros. En la parte inferior encontramos cuatro grifos modelados por Rafael Atché.

Miles de personas suavizan el sofoco y la humedad de la tarde derrumbados sobre el césped del parque. Grupos de jóvenes, parejas de amantes en clásicas posturas robadas a Rodin, familias de musulmanes en espera del fin del último destello del sol para poder romper el ramadán, niños y más niños, mezclados con sus perros,  corretean y juegan.

En mi avance hacia el puerto, a mano izquierda dejo somnolienta con sabor a viajes de antaño la Estació de França. Más adelante, en la Plaça Palau, tal vez el más antiguo restaurante de Barcelona, el Siete Puertas, con su decoración de clara influencia masónica y sobre el que, en un antiguo piso, parece ser que vivió Picasso en su época  barcelonina.

La luz empieza a desvanecerse.

Llevo una cámara de las llamadas híbridas ( cámara de pequeño formato con las características de una réflex). Se trata de una Sony Nex-R5. Sin flash, la escasa luz me obliga a jugar continuamente con el diafragma, la velocidad y los Issos.

Antes de entrar al Port Vell, donde se están celebrando las competiciones de natación en aguas abiertas y en donde se ha instalado un enorme y gigantesco trampolín, me tropiezo de sopetón con una escultura que siempre he ignorado. Se trata de la escultura surrealista creada por el artista pop estadounidense Roy Lichtenstein para los juegos de 1992.

La luz vespertina la hace más cercana y disfruto, según mi opinión, de las claras influencias de Miró y Picasso.

Ya es casi de noche.

Son las diez y la escasa luz de la  mortecina tarde aún se filtra por las rendijas del paisaje.

Colón se recorta en el fondo, observante y protector, en medio delcontinuo trajín del Maremagnum. Montjuïc se oculta también en sus propias sombras en el horizonte, ajeno a este tremendo barullo de gentes de todo el mundo.



El mar disimula su propia suciedad y saca a flote sus más poéticos reflejos, tímidas copias de esa amalgama cromática de las luces de neón.

Un barco de Balearia Plus espera. No sé si el desembarco o su partida.

Melancolía absoluta en los colores mientras mi cámara se emborracha de ellos.

Cargado con el peso de tantas imágenes, emprendo el regreso a casa.

Relajado.

Diría que casi feliz.

( Todas las fotos son del autor )


martes, 18 de agosto de 2020

RESPETO,DIGNIDAD,LIBERTAD

En esta época de rara existencia, en la que los miedos han ido penetrando e hiriendo cuerpos y almas, leer la entrevista que te hicieron en el lejano pasado en el Dominical de El País, y la que te ha hecho La Tribuna de Albacete y publicada el domingo 16 de agosto del 2020, siento que hay un hilo que une ambos tiempos y contextualiza aspectos morales y éticos que el paso de los años no ha desdibujado. Guardo la entrevista que te hicieron en el País y a mi lado está tu libro, el que me regalaste y dedicaste con unas palabras que sé muy bien atesoras en tu corazón. Me ha gustado mucho las palabras que dedicas a P. Casaldàliga porque su labor cristiana nunca tuvo carácter doctrinario; por lo que tú dices, tanto Casaldàliga como Vicente Cañas integraron su vida a la que vivían las tribus de las que entraron a formar parte. Fueron “asimilados” a su cultura, a su forma de entender y comprender su mundo sin intentar “civilizarlos”; el mundo que casi despreciaban y ninguneaban las élites religiosas oficiales y los grandes poderes políticos y económicos. Élites religiosas que viven de manera casi obscena y que se han olvidado de las palabras de Cristo; ellos, que a diferencia de Casaldàliga y Vicente Cañas representan en todo el mundo católico la peor imagen de la iglesia. Los tentáculos del poder político que queman y asfixian dejando sin espacio vital a grupos humanos cada vez más perseguidos. La globalización indiscriminada, sin criterios éticos, sólo económicos y mercantiles está acabando con la dignidad de aquellos que no se pliegan a sus líneas de pensamiento y acción. Una vez más te felicito y te doy las gracias por compartir tus palabras e ideas, alejadas de manipulaciones ideológicas. Gracias. CARMEN SÁNCHEZ

martes, 12 de mayo de 2020

EL GRAN TEATRO DEL MUNDO

       En el gran teatro del mundo “todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende”.



   No estuve presente en el casamiento de mi tío David. Me reservo las razones y el análisis. No fui asistente a ese acto civil que ha quedado reflejado en la fotografía, un día trascendente en la vida del hermano más amable que tuvo nuestra madre, un ser humano que desplegaba amabilidad tras un rostro armonioso y sonriente.  
Conozco algo de la historia de estos personajes de la foto, mucho más de lo que todos juntos supieron, si es que alguna vez se enteraron, de una milésima parte de lo que pasaba en mi existencia de adolescente retraído. 
Observo un cierto gozo en los novios, con una sonrisa de esperanza en sus rostros, pensando, tal vez, en los días venideros, en un contexto de formalidad burocrática, en el cual asoma la curiosidad de mi tía Yolanda, una mujer bella que por aquellos años todavía no se había casado.
  Corría la década de los cincuenta. Uruguay comenzaba a hundirse, entre el aburrimiento y la ausencia de conciencia social, poco a poco, en el pantano de un subdesarrollo con peculiaridades nacionales, ciertamente diferentes al resto del escenario socio-político de América Latina, en una complejidad sociológica, laboral, cultural y económica que posiblemente no alcanzaron a percibir, por falta de oportunidades, ninguno de los asistentes a dicho acto social, todos ellos miembros activos de la clase obrera uruguaya.
  La foto ha congelado un acontecimiento social, más que un acto civil formal en el que contraen matrimonio dos jóvenes apuestos llenos de anhelos. Prueba de ello, es la elegancia de los concurrentes a la ceremonia y la seriedad que por lo visto flotaba en el recinto.
¿Qué es la vida? Un frenesí, una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son. 



NELSON MUÑOZ DÍAZ  (Escritor y filósofo )

domingo, 3 de mayo de 2020

LA FOTOGRAFÍA ( CEREZAS Y ALBARICOQUES )

(LA FOTOGRAFÍA )
CEREZAS Y ALBARICOQUES





   ¿En qué paisajes bucólicos habrán brotado estas cerezas y albaricoques que coronan este plato español? ¿Dónde habrán fraguado su belleza vegetal, perecedera, tan propensa a la caída? ¿En qué paraíso de fragancias y sabores compusieron su atracción y concertaron su armonía?
   Para los días del final quiero un huerto con cerezos y albaricoques como los que hay en esta composición, en todo su esplendor, repartidos en un paisaje sin ocasos tempestuosos ni tinieblas, donde apenas discurra el silencio.
Para las horas del fin, la espera en un paisaje donde pueda hacer más llevaderos los instantes postreros de la vida.
   Luz, lluvia, roca, desierto, un día sin mar, una noche que no enfríe el relente, un bosque sin caminos, una campiña de horizontes altos y un huerto enmarañado donde pueda ocultarme, donde no sea sustento de la aves, donde nada impida que me integre en la tierra.

Año 2017, fin del verano en Albacete. 

NELSON MUÑOZ DÍAZ  (Escritor y filósofo )

lunes, 3 de febrero de 2020

RUPERTA, LA TURRONERA I y II

1949
Tenía yo tres años.
 Diez años del  final de la guerra civil española.
Las heridas y las consecuencias de tan terrible guerra pernoctaban en cada familia, aunque, en apariencia, todo era un remanso de paz. Quizás, al ser el pueblo tan pequeñito, no existía conciencia del terrible drama que el país acababa de sufrir.
Golosalvo, el diminuto pueblo en el que yo nací, dormitaba en la placidez de una pequeña  comunidad en la que todo el mundo se conocía.
Mis padres eran Pepe, el secretario y María, la mujer del secretario.
Mi padre había nacido en Mahora, localidad cercana a nuestro pueblo. Tuvo que tener el municipio vecino etapas de gran esplendor social, como lo demuestra la gran cantidad de casas  con escudos nobiliarios. Mi misma familia pertenecía a una de esos linajes cuya nobleza queda refleja en la Capilla de los Ruices, en la iglesia parroquial de Mahora. Mi tatarabuela se llamaba Lucía Ruiz y Ruiz Ramírez de Arellano Ladrón de Guevara.
Por lo que he  podido averiguar, murió en la Puebla del Salvador, provincia de Cuenca, ciega y más pobre que una rata.
Mi madre era valenciana. Nacida casualmente en Siete Aguas , aunque la familia  estaba asentada en Vallada, otro pueblo también de Valencia enclavado en las faldas de un imponente pico coronado por un legendario castillo al que nunca me atreví a subir.
Los ancianos del pueblo siempre contaban que ambos castillos, el de Vallada y Montesa, el vecino pueblo, estaban comunicados por un  secreto pasadizo que los unía. Incrédulo como soy, nunca me lo creí.
Por los recuerdos que voy recuperando, a mi madre le costó adaptarse a las costumbres golosalveñas, pero enseguida se convirtió en una  más de las mujeres del pueblo. Rememoro con cariño cómo mi madre usaba su lengua materna, cuando, de vez en cuando, un camión de Vallada venía al pueblo vendiendo naranjas y melones. ¡Quién me iba a decir que con el tiempo sería una lengua que también crecería en mi vida!
Como decía, mientras  la vida en Golosalvo transcurría sin grandes novedades, el mundo reflejaba la complejidad del momento.
Habían pasado cuatro años del final de la sangrienta Segunda Guerra Mundial. Europa se lamentaba aún  de las terribles y profundas heridas de la guerra.
Pues sí, tenía tres añitos. Era  de cabellos rubios, ojos claritos y abundante melena, como refleja la foto que guardo  del tiempo que pasé en Vallada yendo al colegio de las monjas de la localidad. Cariñosamente me llamaban  “El manxeguet”.
Mi abuela materna, Carmen Gómez Pla, estaba muy enferma. La recuerdo siempre en la cama, con los ojos apagados y la persiana bajada, siempre en penumbra. Padecía y  sufría grande dolores difíciles de aliviar. Casi imposible.
 Siendo ya adolescente, supe que había muerto de cáncer. A mi madre no le gustaba hablar del tema. Y, siendo yo ya mayor, nunca le quise hacer recordar aquella etapa de su vida, que era también la mía.
Golosalvo, como muchos pueblos de toda España celebraba sus fiestas anuales.
El 23 de abril son las fiestas  patronales en honor de San Jorge, patrón del pueblo.
Los golosalveños presumimos de tener una de las mejores representaciones del santo. Una estatua ecuestre  del  genial Francisco  Salzillo. El acta, que se conserva en la parroquia, cuenta la historia de cómo el pueblo consiguió que  el escultor murciano esculpiera al patrón. La obra, documentada, fue realizada el 1742 por encargo del cura párroco D. Sebastián Sotto Viala y sufragada por los vecinos que acogieron la idea y contribuyeron con sus trabajos agrícolas, como nos describe el cura párroco en el correspondiente libro de fábrica de la parroquia.
 Dentro de mis recuerdos adquiere un gran protagonismo las vísperas de las fiestas. Las mujeres se afanaban en enjalbegar sus casas decorándolas en su interior con simpáticas y graciosas cenefas. Con tiempo, mi padre apalabraba a la María, la de Chaleco, a que viniera a mi casa a hacer el trabajo. María era una mujer de un carácter jovial, alegre y muy dicharachera.  La simpatía le brotaba en cualquier momento del día. Ya en plenas fiestas, ellas y Juanete, el de la Paquita, tenían su momento triunfal en el baile. La aclamación era total.
Otro de las rituales festeros consistía  en   hacer las pastas con las que después de agasajaba a los invitados: rolletes, mantecaos, magdalenas, mantecaos de caja, sequillos, galletas y un largo e interminable  etcétera.
 La Felisa, que era la hornera, se encargaba  de avisar a las mujeres para decirles cuándo les tocaba ir al horno. Podríamos decir que el pueblo olía a fiestas, a enjalbiegue recién hecho, a azulete,  a ropa nueva, a  reencuentros familiares y a besos  y abrazos.
 A  anhelada celebración.


Hablando de Golosalvo se me ha ido el “santo al cielo”. Espero que haya sido San Jorge, al que profeso una profunda simpatía. Un  santo mítico sobre el que se han tejido miles de leyendas, aunque en mi pueblo no las tengamos o si las hay, yo las desconozco. Presumimos, sin embargo, de historia y  bien documentada.
Os estaréis preguntando quién era la Ruperta.
El  retrato que yo esbozaría de ella, después de la nebulosa mental de más de setenta años, me lleva a  describirla como una mujer de Mahora, no de gran estatura, de unos cincuenta años, con una toca de color negro o tal vez gris oscuro que cubría sus hombros y de profesión turronera y pastelera. En aquellos momentos,  seguro que yo la percibí como una mujer muy mayor, casi una  abuela. Sé también que, para más inri, se alojaba en casa de mis abuelos cuya vivienda estaba en la plaza.
Doy por supuesto que la amistad que la unía a mi familia paterna tenía que ver con  que  parte de ella   procedía de su pueblo. Mi padre y algunos de sus hermanos eran naturales  también de  Mahora y, además, mis abuelos habían residido en  esta localidad. Sé que tenían un horno.
Instalaba su puesto de dulces, turrones y peladillas en la plaza de la iglesia. Recuerdo, como si fuera  ahora mismo, las mágicas  bolsitas transparentes llenas de las exquisitas peladillas que ellos confitaban. Me  encantaban muchísimo y, cuando llegaban las fiestas, pasaba el  tiempo remolineando al lado del puesto hasta que conseguía que  mi padre o mi madre me comprasen una bolsita que guardaba como un tesoro y que comía  como la exquisitez más refinada. Sentía, a mis tres años, como que había nacido con esa única misión: atiborrarme de las crujientes delicias de la Ruperta.
Estaba instalada en un buen sitio, el mejor, porque por allí pasaba todo el pueblo el día del patrono, cuando iban a la misa mayor y a la procesión del santo que recorría todo la población.
La pastelería la tenía en Mahora, enfrente de la “glorieta”, donde en las fiestas patronales del municipio  se celebraba el baile, uno de los más concurridos de toda la “alredorá”. Creo que aún se conserva su casa y que sobre la puerta principal sigue permaneciendo un escudo de la nobleza.
Ya de mayor, siempre impulsado por mi tremenda curiosidad, le pregunté repetidamente a mi padre el origen del nombre de  Mahora. Su respuesta, invariable, siempre era la misma. “Mahora viene de la palabra malahora”. Y se quedaba tan ancho.
Aunque su explicación adolecía del más mínimo criterio histórico, algo de verdad sí que encerraba. Mahora, durante  siglos fue lugar de destierro de nobles de la corte que debían cumplir sus condenas en esta villa. Por esta razón,  abundan las casas blasonadas entre las cuales  se encontraba la de mi tatarabuela Doña Lucía.
 El topónimo Mahora desciende del árabe Nāʻūra  que significa“noria”, como muchos otros municipios de La Manchuela.
Precisamente, una  de esas fiestas de la Virgen de Agosto, en la glorieta,  conocí a la Juliette Greco del pueblo. Una morenaza y lozana moza a cuyos pies caí rendido. La que se armó, cuando mi padre se enteró que era la hija de Rascallú, un humilde y honrado jornalero al que nunca conocí.
Clasismo  total y vergonzante en esa época teñida de oscuro y con los pocos rayos de luz que únicamente provenían de la imaginación de un crío soñador.
En estas fiestas del 1949, como correspondía a casi todos los del pueblo, había estrenado una capa. El tiempo que desdibuja los recuerdos me  lleva a recordarla como muy preciosa, de color azul marino, con los ribetes dorados y que se anudaba al lado del cuello. La foto que ilustra esta historia documenta esa inmortalizada capa que le  trajo, especialmente a mi madre,   los disgustos que ya os voy a contar.
 Sin encomendarme a nadie, esa mañana de fiestas patronales, salí de mi casa todo guapo, requetepeinado y con mi capa recién estrenada.  Seguro que me sentía un  superhéroe de esos que pueblan hoy día  miles de películas.
Me figuro que salí en dirección a la vivienda de mis abuelos.
Todos los festejos se concentraban en la plaza y presumo también que, más que ir a ver a mis abuelos, lo que pretendía era echar una  buena ojeada a las golosinas, turrones  y peladillas de almendra tostada de la  inolvidable Ruperta.
Tuve que quedarme totalmente extasiado ante la embriagadora exposición de tantas galguerías a apenas unos centímetros de mis pequeñas manos.
 Todo un imperio  a mi alcance y sin un  céntimo  para poder  hacerlo mío.
La   turronera, que era una buena conocedora del alma infantil, clavó sus avispados ojos en mí, al  mismo tiempo que disfrutaba de mi entregado embeleso.
-¡Hola! ¿Cómo te llamas? – me susurró  con una impostada  dulzura.
Sin duda se percató de mi extasío, ya que mis ojos permanecían clavados, sin pestañear, en ese codiciado botín de bolsas llenas de peladillas anudadas con sus vistosos lacitos de chillones colores.
Tan entusiasmado estaba, que no atiné a responderle  que mi nombre era Pepe Luis.
- Veo que  te gustan las peladillas. ¿Tienes dinero para comprar una bolsita? - me  preguntó, intentado sacarme de mi hechizo.
Como no llevaba ni una mísera peseta, con cara desolada y casi llorando le respondí que no y yo, a toda costa, quería mis codiciadas golosinas.
- ¡Hagamos un trato! Tú me das  tu preciosa capa y yo te doy, no una bolsa de peladillas, sino dos. ¿Qué te parece? –me preguntó  trasladándome la impresión de que era un regalo su oferta. ¡Bastante  sabía yo cuál era el significado de esta cruel palabra, trato!
Ni corto  ni perezoso y  sin dudarlo un  segundo, me quité la capa y se la entregué sumamente satisfecho del gran negocio que acababa de  hacer.
 Ya en posesión de mi tesoro, con las manitas temblorosas y con sumo cuidado, abrí la primera de las dos bolsitas. Extraje de ella  el ansiado dulce y lo introduje en mi boca ávida de disfrutar del placer recién conseguido.
Poco después, ya con mis padres esperándome para asistir a la misa mayor en honor de San Jorge, me preguntaron, especialmente mi madre, que dónde estaba la capa que acababa de estrenar  y que quién me había regalado las dos bolsas de peladillas.
Con mi lengua  incapaz de expresar frases coherentes,   conseguí hacerles entender cuál había sido mi aventura y que la capa la tenía la Ruperta. Era el precio que  sin  dudarlo le había pagado.
Me  estuvieron riendo  la gracia durante los tres días que duraron las fiestas y siempre pensando en la broma tan divertida que me  había gastado la dichosa turronera de Mahora.
 Todo el pueblo estaba enterado del gran negocio que había hecho el  benjamín  de Pepe, el secretario. Lo que nadie se imaginaba es que la historia tuviese el final que tuvo.
Y os lo cuento.
Mi madre, la María de Pepe, estaba convencida que antes de regresar a su pueblo, la Ruperta pasaría por mi casa y le explicaría  la broma gastada y le devolvería la capa recién estrenada.
Pero no fue así.
Al día siguiente,  en la plaza del pueblo, enfrente de casa de mis abuelos no quedaba ni rastro de la parada de turrones. Mi madre, un tanto ya mosqueada, se dirigió a casa de mis abuelos para interesarse si la que me tomó el pelo, siendo un guachillo de tres años, les había dejado la dichosa capa.
Mi abuela Antonia, cuando le preguntó por el asunto, con cara compungida le contestó que la Ruperta se había ido por la mañana tras recoger el puesto y que no  le  había dejado ninguna capa de color azul marino.
Es fácil imaginar la cara que  puso mi madre.¡ No lo podía creer!
¡La Ruperta se  la había llevado!
Cuando  llegó a casa, totalmente enfurecida, me  echó la bronca padre, pagando el pato mi pobre trasero que se ganó uno cuantos y merecidos azotes. Después, ya más calmada y entendiendo que  la ingenuidad de un niño de tres años no era la culpable, dirigió su enfado a esta señora que había  “profanado”  la ingenuidad de un pobre crío.
Esa noche mi madre no durmió.
No le   quedaba más remedio que, al día siguiente, coger el idaivuelta de la mañana  que llegaba a Golosalvo a las ocho y que provenía de Casas de  Ves y finalizaba en Albacete y que tenía una parada en Mahora.
Lo llamaban el idaivuelta porque era el recorrido diario que hacía cada día laborable y que conducía un tal Nicomedes. Pepe, el cobrador, era el que se encargaba de  vender los pasajes una vez instalados los viajeros en el autobús y al mismo tiempo, realizar los encargos que la gente le hacía.
Recuerdo que tenía do pisos y   tenía la parada en la plaza de la iglesia.
Las llegadas de   lo que hoy sería una joya digna de un museo del transporte, era celebrada por toda la chiquillería del pueblo que corría detrás de él y  que, incluso, los más atrevidos trepaban a través de las escalerilla externa que conducía al segundo piso.
Además, este autobús, alegraba la vida dormida del pueblo con la llegada de algún viajero o con algún pasajero que  lo esperaba para realizar algún viaje. Otros dos autobuses, a los  que llamábamos la Requenense, hacían la ruta de Albacete a Valencia y regreso por la tarde al lugar de origen.
Mahora está a siete kilómetros de Golosalvo.
Después, siendo ya  adolescente, más de una vez me tocó ir a comprar el pan  en bicicleta casa de Rodolfo porque la Felisa había ya cerrado el horno.
Mi madre, muy disgustada, estaba a la hora convenida en la plaza esperando el primer idaivuelta.
 No sé si se había preparado lo que le pensaba decir a la Ruperta y, si me lo contó alguna vez, no lo recuerdo. Posiblemente, dado el carácter vehemente de mi madre, no le tuvo que ser agradable escuchar las excusas que la Ruperta le dio intentando ver que simplemente había sido una inocente broma.
El caso es que,  al final, recuperó la dichosa capa y la relación que la turronera tenía con mis abuelos quedó hecha añicos.
Tan escarmentado quedé con  esta travesura que es una historia que  la rememoro frecuentemente y mis recuerdos la  visten de ternura y afecto  y al escribirla, como ahora, le doy otra vez vida.
Navegar por el laberinto de los recuerdos es tarea difícil y compleja porque la realidad de lo vivido, de lo que llamamos historia,  la complejidad del afecto lo reconvierte en algo nuevo.
Permanece, eso sí, la melancolía de un tiempo perdido que, cual edificio derrumbado por el tiempo, queremos  reconstruir.
Soñarlo lo vuele a habitar de nuevo.

José Luis López Terol




lunes, 2 de diciembre de 2019

COMPROMISO

 La ciudad parece un escenario ficticio, iluminado e inerme, un rincón protector para los seres que parten, para los condenados que levantan velas rumbo al ostracismo, en el que no se contemplan los retornos. 

  Los árboles y plantas de este jardín, con sus formas y coloraciones tornadizas, con sus ramas caprichosas y con sus hojas caducas y otoñales, vestidas para la celebración del adiós, antes de disolverse en el ciclo implacable de la naturaleza, no transmiten certidumbres ni esperanza, parecen decirnos que todo es corruptible y finalmente yermo. 
  Frente a su tumba le prometo, en realidad me lo digo a mí mismo, que todavía no sé qué es prepararse para cuando llegue el fin, que no entiendo el asunto de la resurrección de los muertos y la vida en el más allá. Entre otras cosas, porque no creo que exista una vida que continúe y se reorganice de otra forma en el momento que morimos, porque no creo que el acto de fallecer sea la puerta de entrada a ningún otro reino que no sea el mineral y porque no soy religioso en el sentido tradicional de la palabra.
 Le prometo, igualmente, que dejaré de concebir la muerte como un fracaso y que seguiré buscando la alegría de vivir. 
  A estas horas del día, en la solemnidad del domingo, en honor a mi madre y de la vida que me concedió, prometo sobrellevar mejor el dolor que me provoca su ausencia. 
  Un romero humilde se eleva sobre el suelo pedregoso del jardín del cementerio.Crece bello y fuerte junto a la tumba que guarda sus cenizas. Es un vegetal perfumado, ligero y vigoroso como el alma de nuestra madre, como la energía que animó la existencia de un ser honrado, trabajador y solidario.




Nelson Muñoz Díaz
(Barcelona,1 de diciembre de 2019)

domingo, 10 de marzo de 2019

“Cinco minutos bastan para soñar toda una vida , así de relativo es el tiempo.”
(Mario Benedetti) 
Evocaciones de un pasado impreciso y  de la geografía donde los vientos australes agitaron nuestra existencia. 
En la década de los 50, mi padre armonizaba el trabajo de albañil con el de chófer en el balneario más importante de Uruguay.     Conducía coches de lujo de una compañía de Montevideo. Su labor consistía en trasladar a las celebridades de la industria cinematográfica que participaban en el “Festival Internacional de Cine de Punta del Este”. 
  Aún recuerdo su camisa nívea, su pantalón azul marino y  su corbata a juego, la indumentaria que lavaba y planchaba nuestra madre. 
 En esa época Uruguay era un país con un alto consumo de cine, sin tener industria audiovisual propia. 
 Aquellas primeras ediciones del “Festival de Cine Internacional de Punta del Este”  pretendían fomentar el turismo a través del cine, mediante eventos culturales de prestigio. Ciertamente, fueron una oportunidad para que mi padre y otros trabajadores de la zona se ganaran la vida. 
 Las impresiones de todo aquello quedaron materializadas  en fotografías que algunos visitantes ilustres le regalaban a nuestro padre. Eran retratos de estudio, en blanco y negro, de un formato mediano, que de vez en cuando mirábamos embelesados.
Dichos eventos comenzaron marcados por las protestas, el desorden y la improvisación. 
  Alsina Thevenet, crítico exigente, fustigó con sus comentarios periodísticos a la organización por una serie de cuestiones que quedaron fuera de control durante varias temporadas. 
 Convencido de que la excelencia debe ser una práctica habitual, el intelectual uruguayo describió con lujo de detalles las equivocaciones que deslucieron la marcha y los resultados de aquellos acontecimientos extraordinarios de nuestra localidad. 
  Por otra parte, manifestó con fundamentación y elegancia que la calidad del material cinematográfico exhibido y el carácter comercial que ostentaban los films latinoamericanos, mal conocidos y subestimados en el exterior, le daban a aquellos encuentros internacionales un aire, propio de una feria, y no de una muestra artística al estilo de los festivales del séptimo arte en Europa, que ostentaban la categoría A,  la letra reconocida por la Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos. 
  Buen conocedor del poder que tienen las palabras afiladas y cargadas de razones, dijo también que “así como los festivales cinematográficos europeos son exposiciones dedicadas exclusivamente al arte dentro de la cinematografía, el Festival Internacional de Cine de  Punta del Este es un agasajo donde  tienen  cabida  todas  las manifestaciones del cine”. 
  Más claro, el agua. Les dio una cachetada a todos aquéllos que creían que montar un festival de semejante envergadura era cuestión de coser y cantar, sin un mínimo de programación y previsiones. 
  En varias ocasiones, “El Gran Premio de Cine Sudamericano”  fue declarado desierto debido a la  pésima calidad  de lo exhibido. Los jurados de aquellas ediciones entendieron que no  se debía premiar al film menos malo, sino al que tuviera más méritos artísticos.
  Para colmo, en la edición de 1952 los organizadores de dicho evento recortaron el presupuesto destinado a la delegación de Japón; en cambio,lo aumentaron para la delegación norteamericana. Realmente, no tuvieron contemplación con los artistas orientales, con un cine que el público uruguayo había comenzado a admirar a través de las cintas de Akira Kurosawa.
  A pesar de los escándalos y equivocaciones,           nuestros festivales aguantaron los chaparrones.  Milagrosamente, se hicieron populares, especialmente por el premio que recibió Ingmar Bergman y por el número de estrellas internacionales  que acudieron.
  Por el “Festival Internacional de Cine de Punta del Este” desfilaron las personalidades más rutilantes de la fábrica de sueños: Yul Brynner, que por entonces ya había recorrido la ceca y la meca en el sentido literal de la expresión, un  James Stewart, actor  conservador que por entonces no había comenzado a ganar premios, una Debbie Reynolds que acaba de estrenar “Cantando bajo la lluvia”, un Cantinflas, icono mexicano de enormes éxitos, que venía de rodar “Si yo fuera diputado”, una Sara Montiel,  actriz manchega cuya fama fue creciendo como la espuma en toda América y que, por entonces, trabajaba en el cine mexicano y norteamericano, Fernando Rey, que comenzaba a rodar su célebre “Marcelino, pan y vino”, Lola Flores, que en el Río de la Plata fue considerada una estrella del flamenco, cuando en realidad no cantaba flamenco, y muchas estrellas talentosas y glamurosas como Debora Kerr, Sean Connery, Joan Fontaine, Sofía Loren, Ives Montand, Simone Signoret, Silvia Pinal, Silvana Mangano, Silvana Pampanini, Marcelo Mastroianni, Ava Gardner y  actrices y actores argentinos y uruguayos que eran conocidos en el ámbito doméstico del Río de la Plata. 
  Aquellas celebridades que asistían a los Festivales de Cine de Punta del Este parecían seres flotando en las nubes de la serenidad y la felicidad, aunque tal vez vendieran a 1000 dólares los besos de celuloide y recibieran un céntimo por su alma, como decía Marilyn Monroe. 
  Aquella fauna visitante, exótica, mítica, vendedora de “felicidad”, gente que trabajaba generando quimeras que luego el tiempo se encargó de volatilizar, nos salvó del tedio de la adolescencia, aunque no tuvo nada que ver con nosotros, aunque fuéramos público habitual de su arte en la penumbra de un cine de mala muerte.  
  Los recuerdos de aquella época se van esfumando, poco a poco, cogidos a la nostalgia de aquel Punta del Este que, para bien o para mal, también fue  marco de nuestra existencia.
Debe ser por esta razón, que pretendo sujetarlos y los escribo.
De todas maneras, todas esas presencias del pasado me resultan entrañables. Las acaricio porque son parte de lo que soy.
“Vendrá la muerte y tendrá mis ojos” puestos en la retrospectiva de una mirada emborronada que se disipa y se reconstruye solamente  con instantes.  Como la secuencia breve de un film perecedero.

Nelson Muñoz ( escritor y ensayista)


 ( Yul Brynner atendiendo a unos admiradores en un bar de Punta del Este)
Gerard Philippe y Joaquín Torres García en Punta del Este )
( Joan  Fontaine  con Blanca de Mazer y Gérard  Philippe en  Punta del Este )
( Ives Montand firmando autógrafos a sus múltiples admiradores )
( Martha Legrand,Walter Pidgeon y  Silvana Pampanini en Punta del Este )