Varias veces amigos en Europa me han dicho que me admiran por el coraje y el altruismo que he tenido en venir a vivir a Etiopía.
Incluso en la cordial despedida de mi empresa, a quien había comunicado claramente que iba a trabajar en una empresa turística, dedicándome a la tasca de logística y marketing, se anunciaba que me iba a vivir a Etiopía, movido por el interés de ayudar a los otros...
La verdad que en mi día a día, liado a pasar presupuestos, a pelearme porqué un hotel ha subido los precios, o incluso a regatear porqué me hagan una rebaja en el alquiler de los coches, me siento más cercano a un agente de bolsa que a un misionero como me pintan algunos.
Bromas y exageraciones a parte, lo que interesa es como los estereotipos pesan sobre nuestra percepción de África en general, y en la forma que tenemos de relacionarnos con ella.
Estereotipo que pesa sobre nosotros y, naturalmente, sobre los africanos.
La actitud del europeo que va a África ha sido desde siempre la del benefactor, del que lleva el bien: el misionero que va a salvar almas, el explorador que expugna paisajes salvajes llevando a menudo, detrás de si, los ejércitos coloniales, que con sus armas han traído la mortífera luz de la civilización.
Después las formas han mutado, los misioneros se han convertido en cooperantes, los exploradores en turistas y los ejércitos en préstamos y subvenciones para el desarrollo; pero la actitud es siempre la misma, le ayudamos. Le ayudamos con nuestra cooperación, viajes y dinero, pasando siempre por alto que lo que nos llevamos, que aunque sea mucho más inmaterial (experiencias, re-afirmaciones de nosotros mismos, descarga de nuestros sentidos de culpabilidad por estar mejor, …) tiene a menudo mucho más valor de lo que aportamos.
Pero los roles están definidos, y nosotros somos los salvadores, y ellos los salvados, y cada uno atiende a los que se espera de él.
Este discurso lo he escuchado varias veces, pero ahora me confronto con él cada día: casi a cada esquina hay un joven en salud y fuerte que saluda afablemente, dice cuatro sandeces en inglés y luego te pide un birr, o los vendedores ambulantes insisten hasta lo insoportable, esperando que al final les compre “por ayudar”, aunque no lo necesite, o en el bus, a veces soy el único a quien no le dan el cambio…
Al principio dices bueno, que mas da, para mi es barato igual, pero luego te percatas que es aquel mismo sentimiento de salvador que te lleva a esta indulgencia; en el trabajo también, si no se vigila, acabas haciendo todo tu, perdonando responsabilidades a los demás…
Pero, a parte las breves situaciones cotidianas de calle, que siempre son esclavas de la superficialidad y el estereotipo, lo que es más significativo son aquellas ocasiones en que se trata más a fondo con las personas, donde se encuentra la ocasión de construir unas relaciones que permiten estar al mismo nivel, sin tensiones ocultas y/o intereses que adulteren la forma de ser de cada uno.
Y aquí seguimos llevándonos encima estos prejuicios, aunque a lo mejor en el día a día de la calle nos blindamos y encontramos nuestras formas de resistir a la tentación de nuestro ego de salvadores, cuando encontramos alguien que nos brinda una simpatía sincera y franca, nos sentimos tan felices de poder depositar nuestra confianza en el/ella, que recaemos fácilmente en el vicio de ser “bueno”, invitar siempre nosotros, no ocasionar gastos cuando, al contrario, es normal compartir o bien aceptar la invitación; o si hay un problema, en seguida corremos a querer resolverlo, cuando a lo mejor lo único que se espera de nosotros es que lo escuchemos con empatía, nada más.
Salirse de los condicionamientos de la diferencia es una faena dura que requiere mucho esfuerzo, porqué es natural y humano dejarse condicionar por el peso de los roles predefinidos y esperados por parte de todos, y a veces me siento muy solo en esta tarea de desmontar el estereotipo del “ferenji-dinero-salvador”, ya que la mayoría de nosotros recae en los mismos errores, como una turista que viajó con mi empresa, que se emocionó tanto por el buen servicio que le hizo un limpia zapatos, que le pagó cien birrs en vez de los dos de la tarifa!!
¡¡No es de extrañarse que luego yo me tenga que pelear para que me den la monedas del cambio!!