Mi madre tiene 84 años, pero ella ya no se acuerda.
Tampoco puede contarnos sus recuerdos, porque se le han ido borrando. Mis
hermanos y yo nos hemos convertido en su memoria y escribir estas líneas es un
homenaje a ella, a su vida, a su grandeza. Para mi madre las estaciones del año
no guardan relación ni con la luz ni con las temperaturas. Su calendario vital
tiene su lógica: debe ser verano, porque paladea con verdadero placer los
cucuruchos de helado de chocolate; ahora, si se le pregunta en qué mes estamos
puede contestar sin titubear, octubre o noviembre.
Escuchando las respuestas que da al médico para
evaluar su nivel y grado de deterioro cognitivo yo me sonrío con tristeza a su
espalda. Su dignidad y firmeza en las respuestas parecen salir de la boca de un
oráculo. Como no recuerda el año en que vive mira de frente al Dr. y contesta
"1412". Todas las preguntas son de fácil respuesta y ella no tiene la
mínima duda de que a todas responde bien, aunque casi todas sus contestaciones
son la manifestación clínica de su estado mental.
Mi madre ha sido toda su vida un ser absolutamente
terrenal, con pocas manifestaciones físicas de ternura, pero todos sabíamos que
tras su máscara de frialdad se escapaban unos sentimientos de entrega y
solidaridad de los que ella nunca fue consciente. Las cosas se hacían porque
había que hacerlas y las decisiones se tomaban porque era lo mejor para los
suyos.
Mi madre es prácticamente analfabeta, lo que nunca
fue obstáculo para que leyera las novelas de Corín Tellado y fuera durante
muchos años una gran experta en hacer "sopa de letras". Era de una
paciencia bíblica, virtud que ejercitó a lo largo de muchos y penosos años que
mi padre vivió, enfermo y dependiente. Sin ella él era una sombra vagando sin
horizonte.
Mi madre era la brújula que siempre marcó el rumbo
correcto. Dócil, pero nunca servil. Pobre, muy pobre, pero siempre generosa.
Toda su vida ha sabido adaptarse a las circunstancias del momento y jamás ha
salido de ella una queja. Para nosotros, sus hijos, no ha habido mejor ejemplo
de honestidad y honradez. Ahora, cuando su mente se aleja, cuando los días y
los años pierden su orden, cuando juntas construimos trozos de su vida me
siento como una pieza de puzzle buscando su sitio.
No lo he dicho: Mi madre se llama Faustina y la suya
se llamaba Társila. Porque de eso no se ha olvidado aún.