IDENTIDAD, CULTURA Y POLÍTICA I
NELSON MUÑOZ DÍAZ
Nelson Muñoz
Díaz nace en Maldonado, Uruguay, en un día de otoño del hemisferio sur de 1946.
Su infancia, adolescencia y juventud transcurren en el seno de una familia
humilde y trabajadora de la sociedad fernandina.
Fue partícipe
de una enseñanza pública, laica, gratuita y obligatoria de un nivel reconocido
internacionalmente.
Buen lector
desde sus años mozos, se interesa por los temas sociales, políticos y
filosóficos. Amante y seguidor del urbanismo, la arquitectura, la plástica, el
arte, el cine, la literatura, el arte y los viajes.
Ya en el
Liceo, cursa el grado preparatorio en Derecho, pero finalmente se decanta por
la filosofía, disciplina en la que nunca llega a graduarse.
La convulsa
situación política del Uruguay en la década de los setenta y las nulas
posibilidades de progresar en su ciudad natal lo llevan a Buenos Aires, ciudad
en la cual estudia y trabaja en la Secundaria, dentro de la Enseñanza Privada.
Su militancia
política en Uruguay le ocasiona graves problemas tanto en su país natal como en
Argentina. Sintiéndose perseguido y en ojo de mira de las dictaduras de dichos
países, se ve obligado a “emigrar” a Barcelona, España.
Trabaja en
diferentes menesteres para poder sobrevivir. La buena acogida de los españoles
y su solidaridad le permiten una subsistencia más digna, al mismo tiempo que
posibilitan que inicie estudios de magisterio, que felizmente acaba en 1985, especializándose en Filología Hispánica. Dos años después aprueba las oposiciones de Educación Primaria y se convierte
en funcionario del Estado. Ejerce la docencia en múltiples lugares de la
geografía catalana. En el 2011 se jubila.
Participa
activamente en debates políticos, tanto en la prensa como en las redes sociales.
Su infinidad de artículos, todos ellos muy celebrados y reconocidos, abarca diferentes temas como el laicismo, el
fundamentalismo islámico, el ecologismo, la defensa de los derechos de los
homosexuales, la situación política uruguaya, situación económica de España y
un largo etcétera temático.
De pluma
afilada y concisa, enriquecida con un espléndido vocabulario, incide
exitosamente en los relatos cortos. Todos ellos de una complejidad estructural
casi borgiana. La presencia de Onetti y Benedetti es muy perceptible en todos
sus textos, así como en todo su mundo
literario.
Existe el
proyecto de una recopilación de todos ellos para una futura publicación.
1. Naciste en Uruguay y llevas viviendo más
de la mitad de tu vida en España. ¿Crees que el origen define la entidad personal?
Concibo la identidad personal como un proceso en
construcción. Sin embargo, eso no quiere decir que el edificio de la identidad
no esté hecho de rasgos permanentes, de conciencia reflexiva, de fisonomías
íntimas y de surcos vitales que nos caracterizan como sujetos frente a los
demás.
Nuestra
identidad es un quehacer en perpetuo montaje, una obra individual llena de
enlaces, ajustes, desajustes y articulaciones que consta de raíces y rasgos,
muchos de los cuales son hereditarios o innatos, directamente relacionados con
el fondo de nuestro propio universo interior y con la geografía y las
circunstancias en la que se desarrolla nuestra vida, sobre todo la inicial.
Bajo dichas circunstancias, sobre todo
las sociales y económicas, circunstancias no siempre inamovibles, creo que el
origen de nuestro nacimiento define nuestra identidad personal, ese conjunto de
atributos y particularidades que ejercen una influencia extraordinaria en la
especificidad de nuestra existencia personal.
2. ¿El hecho de pertenecer a una
comunidad con sus características particulares
ha influido en tus sentimientos como ciudadano o en tu visión de
la vida?
Como a todo bicho viviente a mí también me ha
influido la genética. He heredado mis genes de una familia trabajadora,
elementos biológicos que han tenido una influencia elemental, un porcentaje
considerable en el perfil de mi carácter y mi temperamento. Familia proletaria,
ambiente social y cultural pobre, genes, educación y un contexto uruguayo en
franca decadencia institucional han influido, y todavía se manifiestan, de
forma irrefutable en el desarrollo de mi temple emocional y social, en mi
conciencia de ciudadano, en mi relación conmigo mismo y con el mundo y en mi
educación primera. Del mismo modo, dichos genes han terciado en una
constitución física y anímica proclive al pesimismo y al desánimo.
Uruguay ha tenido un predominio concluyente
en mi vida, pero también la ha tenido España, el lugar donde he crecido como
persona y donde tengo amigos entrañables. España, Cataluña y Barcelona componen
la geografía humana y física donde me he ganado el pan y donde he aprendido
muchas cosas, donde se ha configurado mi autonomía personal, una emancipación
propia que ha encontrado grandes cuotas de libertad para respirar y para
desenvolverse en una atmósfera vivificante que nunca antes había conocido.
Si el acopio de vivencias dice algo, aseguro
que a estas alturas de mi vida soy más español que uruguayo, más catalán que
fernandino. Llevo más de cuarenta años viviendo fuera del lugar donde nací,
integrado, por lo menos así lo creo, en una Cataluña y en una España que me han
acogido con generosidad y cobijo, de forma extraordinaria. Desde este
reconocimiento respondo a tu pregunta.
Aunque a veces no lo parezca, declaro,
también, que no me olvido jamás de mis orígenes bien humildes ni del lugar en
el que he crecido como niño y como joven. Soy hijo de una familia proletaria de
un Uruguay que llevo en mi corazón junto con esta sociedad, este país que para
mí sigue siendo extraordinario, que me ha adoptado y me brinda oportunidades
para estar relativamente satisfecho de mi propia existencia.
Soy hijo de las circunstancias como
todo hijo de vecino. Hay instantes en que me rindo a la desesperanza y existen
otros en que me entrego a la felicidad que transmiten los pequeños placeres. A
veces creo que soy libre y que mis opiniones y mis apreciaciones están hechas
de la conciencia de mis propios actos, cuando, en verdad, obedecen a la
inocencia de las causas que determinan todas las cosas.
3. Creo que eres una persona enriquecida
por una doble mirada. Por un lado está tu perspectiva latinoamericana y por otro la europea. ¿En
cuál de ellas te sientes más cómodo?
Llevo 40
años residiendo en Barcelona. Esa es una de las razones, no la más importante, por la que me siento más
cómodo viviendo en Cataluña, España. Reconozco, no obstante, que no hay
día que no acudan a mi espíritu las emociones, los sentimientos, los asuntos y
los contenidos esenciales relacionados con las vivencias experimentadas en el
país donde nací.
Me reconozco
en el ambiente provinciano de un Maldonado muy lejano, aletargado y apático y
en un sinfín de vicisitudes acaecidas en los paisajes del este uruguayo, que se
van difuminando en el universo de un olvido involuntario.
A estas alturas de la partida que
me ha tocado jugar, una existencia enriquecida por dos perspectivas
contrastadas y a la vez abatida por las numerosas circunstancias de mi propia
historia personal y familiar, tengo que reconocer que los influjos y las
perspectivas de mi existencia constan de cuantiosos ángulos, aristas y puntos
de fuga. Tengo que aceptar, asimismo, que el pragmatismo nunca ha sido mi
fuerte, que percibo el firmamento con muchas dosis de idealismo, que soy un
sentimental sin corrección, que he aprendido mucho más de la perseverancia que
de mi propia inteligencia. Una comprensión costosa de las cosas que, al día de
hoy, soy incapaz de evaluar, y que, sobre todo, he aprendido a ver, contemplar
y valorar los contextos que han abarcado y que todavía me abrazan y a relacionarme
con la realidad de acuerdo a mis propias demarcaciones existenciales. Las
configuraciones de mi existencia se han venido construyendo con escasos
elementos, con muy pocos éxitos y con cuantiosos ensayos y caídas.
Las
perspectivas por las que me preguntas lidian contra las dificultades de mis
limitaciones mentales y merman sin solución de continuidad a medida que me hago
más viejo. La retentiva latinoamericana camina errática en dirección a un
abismo insondable. La representación europea me lleva a los momentos más
felices de mi vida y me deja a las puertas de un devenir confuso, en los muros
de un mañana hermético e imposible de escudriñar. Me abandona al borde de una
dimensión misteriosa por la que aspiro a partir entre el retiro y el silencio.
4. ¿Hay
conflicto entre ellas
No hay conflictos entre
esas dos perspectivas, entre esos dos universos, entre esos dos trayectos de un
mismo bosquejo vital, de un mismo camino hacia mí mismo. Son perspectivas que
percibo yuxtapuestas y que se han complementado, recíprocamente, en ese
apasionante y único acto de sobrevivir, en ese transcurso colmado de avatares y
cambios que me han permitido disfrutar
de una cierta emancipación y algunas libertades.
5. Hablemos de emociones: ¿es fácil
convivir con una dualidad afectiva
e identitaria sin caer en
contradicciones?
Soy una persona algo
primitiva que se expresa habitualmente bajo una conducta emocional, bajo un
comportamiento que, lejos de encerrarme en incomunicaciones, algunas veces me
permite trascender. Soy esencialmente discordante y hasta incongruente.
Soy apasionado, pero eso no significa
que no tenga frenos, que mis afectos sean efímeros, que no tenga empatías, que no sopese las
reflexiones, que no pueda identificarme con las alegrías, los sueños y las
peripecias que experimentan los demás. Soy esencialmente contradictorio,
vehemente, sentimental y a pesar de todo ello puedo establecer vínculos
regulares y duraderos con otros seres humanos y con mi propio pasado.
Amo a España, amo a
Cataluña y, por distintas razones, sigo apegado al Uruguay. Confieso que con frecuencia experimento,
también, la ambivalencia anímica con todo a lo que se refiere al país donde
nacimos, un estado espiritual que por lo general refleja emociones, afectos y
críticas de valencias de signo positivo y negativo.
6. ¿Crees que en tu visión de la realidad
del país hoy día se mezclan sentimientos emocionales que te impiden objetivar
lo que allí está pasando?
Mi visión de la realidad
uruguaya está impregnada de subjetividad, principalmente de afectividad, de
simpatías, de esperanzas, de escasas idealizaciones y de deseos de progreso
para la población humilde del país en que nací. Pero también está movida por la
objetividad y la crítica, por una perspectiva analítica que trata de descubrir
las luces, las sombras y las raíces de los pequeños éxitos, los conflictos
humanos y sociales y las dificultades de la gente corriente como yo.
Teniendo en cuenta que la
realidad no es una cuestión sujeta a la invariabilidad, mi visión del Uruguay
de hoy se sostiene sobre una información cotidiana, sobre los mensajes y
conversaciones por internet, por una información fundamentalmente periodística
que da cuenta de las circunstancias que fluyen en la nación del río de los
pájaros pintados.
Con independencia de mi
forma de pensar, sentir o concebir el país donde nací, mi contemplación sobre
él, de su presente y su pasado, se detiene en su humanidad, registra sus
movimientos, sus problemas y vicisitudes, pone su enfoque sobre una ciudadanía
que trabaja con la realidad para cambiarla, que actúa para manifestar que la
situación política, social y económica es transformable y que los cambios para
bien, para el bien de todos y no de unos pocos, son posibles.
Matizar en este tipo de
trabajo es muy importante para no caer en injusticias ni maniqueísmos ni
afirmaciones simplistas o excesivamente reduccionistas. Es un arte que cuesta
dominar.
7.Podríamos decir que España es una
democracia todavía inmadura. ¿Como uruguayo, podrías reflexionar sobre esta
frase?
¿Se puede asegurar que nuestra democracia es
realmente pujante y que está definitivamente consolidada cuando la ideología
que domina el poder debilita el Estado de Derecho y el Estado de Bienestar,
cuando los poderes, que son los que deberían dar ejemplo, los que interpretan y
aplican la ley y la justicia, no son siempre congruentes y proporcionados?
¿En verdad se puede hablar de Estado social y
democrático de Derecho, de un sistema de libertades y obligaciones maduro y
garantista, con una cierta calidad democrática, cuando, una y otra vez, los
discursos oficiales y de un sector de la clase política en la oposición son
profundamente demagógicos, cuando se ponen paños calientes a los problemas
generados por una crisis injusta, por un neoliberalismo rampante, cuando se
exige austeridad sólo a las capas más indefensas de la población, cuando no
llegan nunca, o llegan mal y tarde, las soluciones para la mayoría, cuando
existe escaso o nulo interés en atajar las desigualdades económicas y sociales,
cuando para contener la conflictividad social creciente se implementan leyes
mordazas, cuyo único propósito es defender las prerrogativas de las minorías
ricas y mimadas?
¿Se puede hablar de democracia consolidada cuando
ésta ha sido convertida en un sistema
electoral permanente, cuando nuestros gobernantes y nuestra clase política en
general terminan de pasar elección e inmediatamente comienzan a actuar pensando
en la siguiente?
Una democracia madura separa categóricamente el Poder
Judicial del Poder Legislativo y del Poder Ejecutivo, cuestión cardinal que en
la actualidad, bajo el mando del Partido Popular, deja mucho que desear. Una
democracia madura no sólo respeta a rajatabla la aconfesionalidad manifestada
en la Constitución
española, sino que promueve el laicismo, un sistema de garantías que prescinde
de proselitismos religiosos o político en las instituciones del Estado, un
sistema de convivencia basado en el principio de separación de la sociedad
civil y de la sociedad religiosa. El Estado laico jamás combate las religiones
que respetan la paz social, la pluralidad, la buena convivencia, todas las
razones reflejadas en nuestro marco constitucional. En un Estado verdaderamente
democrático sobran los concordatos, ya sean con la Iglesia Católica
o con otras confesiones religiosas.
En una democracia de calidad la clase política y la
ciudadanía promueven de forma conjunta y sistemática la calidad de la sanidad
pública, una sanidad que en España,
hasta hace cuatro años, era famosa en el mundo por la eficacia y calidad de sus
servicios, unas prestaciones que lamentablemente hoy están sufriendo los
embates brutales de las políticas de la derecha española en el gobierno del
país. En una democracia de calidad todos sus protagonistas, sean representantes
o representados, se preocupan seriamente por la transparencia y por la
excelencia pedagógica en la educación pública. Luchan juntos contra el fraude
fiscal, contra la corrupción política y empresarial y contra la economía
sumergida.
Una democracia madura suele triunfar sobre el paro
excesivo y sus consecuencias dramáticas y suele poner todos los recursos a su
alcance para que sus investigadores, científicos y jóvenes con preparación no
se vayan del país.
No existe una
democracia real con una tasa de paro que ronda el 25%, cuando en realidad
existen recursos para subsanar semejante tragedia humana y social.
No se fortalece el sistema democrático imponiendo más austeridad, aplicando una
rigidez económica financiera que, sobre todo, ha patrocinado y ha impuesto la
derecha española bajo el paradigma
económico de la severidad expansiva, una austeridad que sólo ha servido para
llevar al borde de la miseria a millones de ciudadanos españoles, para hacer
más ricos a los multimillonarios y para que las mafias empresariales,
nacionales e internacionales, campen por sus respetos.
No es con indiferencia oficial que se reparan las
desigualdades que produce el sistema, sino practicando la redistribución de la
riqueza y poniendo los elementos económicos, presupuestarios, fiscales y
políticos para conseguir dicha reparación.
Un sistema con
controles democráticos facilita el establecimiento de empresarios que no
despiden sin ningún coste, que no basan sus ganancias en la súper explotación y
en salarios de hambre, sino en la modernidad y la innovación.
Un sistema democrático maduro impulsa la democracia
participativa y combate la desafección social con la política. No es
indiferente a los dramas humanos y sociales que producen los desahucios o la
exclusión social. No permite que se haga triunfalismo con la creación de un
empleo precario y con salarios mínimos, propios del Tercer mundo, que dejan a
los trabajadores sin ninguna protección, a merced de la temporalidad, los
abusos empresariales y una esclavitud laboral que se está pareciendo a épocas
que parecían definitivamente superadas.
Salta a la vista que la democracia española es
perfectible y que, hoy por hoy, está necesitada de reparaciones o
transformaciones perentorias, sobre todo ahora, cuando finaliza una
administración, la del gobierno del Partido Popular, caracterizada por castigar
sin tregua, mediante el rodillo de la mayoría absoluta y las políticas
económicas neoliberales, no sólo a los ciudadanos, sino a todas las
institucionales del Estado de Derecho, a un Estado que se rige por un sistema,
de leyes e instituciones, ordenado en torno a una Constitución aprobada por el
pueblo, por una Carta Magna que también está necesitada de modificaciones que
deberían ser refrendadas por la voluntad popular y no por las premuras
oficiales del gobierno de turno.
Desde este punto de vista, el de la perfectibilidad
de nuestro sistema de garantías y l ibertades, cabe preguntarse también si se
puede hablar de democracia plena, cuando quienes dicen representarnos en los
hechos encarnan los intereses de una minoría privilegiada, cuando se actúa con
escasa equidad e imparcialidad, con arrogancia, con alejamiento o haciendo la
vista gorda sobre temas básicos o cuando se permite que fallen resortes
esenciales de la justicia social, cuando se malogran los pilares fundamentales
del Estado de Derecho, el formal y el material, en la conducción del país y en
la resolución de los problemas y dificultades que atañen a la población de a
pie, a la gente real que vive de un salario o una pensión.