“Cinco
minutos bastan para soñar toda una vida , así de relativo es el tiempo.”
(Mario Benedetti)
Evocaciones de un pasado impreciso y de
la geografía donde los vientos australes agitaron nuestra existencia.
En la década de los 50, mi padre armonizaba el trabajo de albañil con el de chófer
en el balneario más importante de Uruguay.
Conducía coches de lujo de una compañía de Montevideo. Su labor
consistía en trasladar a las celebridades de la industria cinematográfica que participaban en el “Festival Internacional de Cine
de Punta del Este”.
Aún recuerdo su camisa nívea, su
pantalón azul marino y su corbata a juego, la indumentaria que lavaba y
planchaba nuestra madre.
En esa época Uruguay era un país con un alto consumo de cine, sin
tener industria audiovisual propia.
Aquellas primeras ediciones del “Festival de Cine Internacional de Punta
del Este” pretendían fomentar el turismo a través del cine, mediante
eventos culturales de prestigio. Ciertamente, fueron una oportunidad para que
mi padre y otros trabajadores de la zona se ganaran la vida.
Las impresiones de todo aquello quedaron materializadas en fotografías
que algunos visitantes ilustres le regalaban a nuestro padre. Eran retratos de
estudio, en blanco y negro, de un formato mediano, que de vez en cuando
mirábamos embelesados.
Dichos eventos comenzaron marcados por las
protestas, el desorden y la improvisación.
Alsina Thevenet, crítico exigente,
fustigó con sus comentarios periodísticos a la organización por una serie de
cuestiones que quedaron fuera de control durante varias temporadas.
Convencido de que la excelencia debe ser una práctica habitual, el intelectual
uruguayo describió con lujo de detalles las equivocaciones que deslucieron la
marcha y los resultados de aquellos acontecimientos extraordinarios de nuestra
localidad.
Por otra parte, manifestó con
fundamentación y elegancia que la calidad del material cinematográfico exhibido
y el carácter comercial que ostentaban los films latinoamericanos, mal
conocidos y subestimados en el exterior, le daban a aquellos encuentros
internacionales un aire, propio de una feria, y no de una muestra artística al
estilo de los festivales del séptimo arte en Europa, que ostentaban la
categoría A, la letra reconocida por la Federación Internacional
de Asociaciones de Productores Cinematográficos.
Buen conocedor del poder que tienen las
palabras afiladas y cargadas de razones, dijo también que “así como los
festivales cinematográficos europeos son exposiciones dedicadas exclusivamente
al arte dentro de la cinematografía, el Festival Internacional de Cine de
Punta del Este es un agasajo donde tienen cabida todas
las manifestaciones del cine”.
Más claro, el agua. Les dio una
cachetada a todos aquéllos que creían que montar un festival de semejante
envergadura era cuestión de coser y cantar, sin un mínimo de programación y
previsiones.
En varias ocasiones, “El Gran Premio de Cine Sudamericano”
fue declarado desierto debido a la pésima calidad de lo exhibido.
Los jurados de aquellas ediciones entendieron que no se debía premiar al film
menos malo, sino al que tuviera más méritos artísticos.
Para colmo, en la edición de 1952 los
organizadores de dicho evento recortaron el presupuesto destinado a la
delegación de Japón; en cambio,lo aumentaron para la delegación norteamericana.
Realmente, no tuvieron contemplación con los artistas orientales, con un cine
que el público uruguayo había comenzado a admirar a través de las cintas de
Akira Kurosawa.
A pesar de los escándalos y equivocaciones,
nuestros festivales aguantaron los chaparrones. Milagrosamente, se hicieron populares,
especialmente por el premio que recibió Ingmar Bergman y por el número de
estrellas internacionales que acudieron.
Por el “Festival Internacional de Cine
de Punta del Este” desfilaron las personalidades más rutilantes de la fábrica
de sueños: Yul Brynner, que por entonces ya había recorrido la ceca y la meca
en el sentido literal de la expresión, un James Stewart, actor
conservador que por entonces no había comenzado a ganar premios, una Debbie
Reynolds que acaba de estrenar “Cantando bajo la lluvia”, un Cantinflas, icono
mexicano de enormes éxitos, que venía de rodar “Si yo fuera diputado”, una Sara
Montiel, actriz manchega cuya fama fue creciendo como la espuma en toda
América y que, por entonces, trabajaba en el cine mexicano y norteamericano,
Fernando Rey, que comenzaba a rodar su célebre “Marcelino, pan y vino”, Lola
Flores, que en el Río de la
Plata fue considerada una estrella del flamenco, cuando en
realidad no cantaba flamenco, y muchas estrellas talentosas y glamurosas como
Debora Kerr, Sean Connery, Joan Fontaine, Sofía Loren, Ives Montand, Simone
Signoret, Silvia Pinal, Silvana Mangano, Silvana Pampanini, Marcelo
Mastroianni, Ava Gardner y actrices y actores argentinos y uruguayos que
eran conocidos en el ámbito doméstico del Río de la Plata.
Aquellas celebridades que asistían a los Festivales de Cine de
Punta del Este parecían seres flotando en las nubes de la serenidad y la
felicidad, aunque tal vez vendieran a 1000 dólares los besos de celuloide y
recibieran un céntimo por su alma, como decía Marilyn Monroe.
Aquella fauna visitante, exótica,
mítica, vendedora de “felicidad”, gente que trabajaba generando quimeras que
luego el tiempo se encargó de volatilizar, nos salvó del tedio de la
adolescencia, aunque no tuvo nada que ver con nosotros, aunque fuéramos público
habitual de su arte en la penumbra de un cine de mala muerte.
Los recuerdos de aquella época se van
esfumando, poco a poco, cogidos a la nostalgia de aquel Punta del Este que,
para bien o para mal, también fue marco de nuestra existencia.
Debe ser por esta razón, que pretendo
sujetarlos y los escribo.
De todas maneras, todas esas presencias del pasado me resultan entrañables. Las
acaricio porque son parte de lo que soy.
“Vendrá la muerte y tendrá mis ojos” puestos en la retrospectiva de una mirada
emborronada que se disipa y se reconstruye solamente con instantes.
Como la secuencia breve de un film perecedero.
Nelson Muñoz ( escritor
y ensayista)
( Yul Brynner atendiendo a unos admiradores en un bar de Punta del Este)
( Gerard Philippe y Joaquín Torres García en Punta del Este )
( Joan Fontaine con Blanca de Mazer y Gérard Philippe en Punta del Este )
( Ives Montand firmando autógrafos a sus múltiples admiradores )
( Martha Legrand,Walter Pidgeon y Silvana Pampanini en Punta del Este )