Vive solo.
Su vida únicamente la pueblan mil pensamientos fugaces y baúles de presencias dispersas en su memoria. Aunque, éstas últimas, languidecen ya casi olvidadas depositadas en el rincón más oculto de sus viejos y carcomidos recuerdos.
Esta mañana, o sea hoy, se levantó sintiéndose diferente. Casi reconstruyó sus pasados y se lanzó a pecho descubierto a la vida. Mañana tenía una cita con el destino y quiso abrazarla, entregarse a ella y casi la besó simbólicamente.
Diríase que se sentía valiente, confiado y reconciliado con aquellos persistentes fantasmas que compartían sus noches. Estaba preparado y, en unas milésimas de segundo, sintió algo parecido a la placidez a los que muchos llaman sin razón felicidad.
Dormía poco. Soñaba cada noche con que el sueño lo apresara y lo doblegara y borrara para siempre sus perdidos recuerdos.
Johann Sebastián Basch sonaba delicadamente en el salón mientras la tarde del martes languidecía. La Pasión según San Mateo era como un sedante que apaciguaba su ansiedad continua y crónica.
Aquella tarde pensó ir al cine. Consultó en Internet los horarios. Una sesión a la seis y cuarto. Quería ver la película de Wim Wenders sobre la inmensa Pina Bausch.
Aún tenía tiempo. Diez minutos y estaría allí.
Finalmente no se decidió y se abandonó.
Encendió el ordenador, abrió el Word y, sin control, empezó a teclear dejándose llevar por los más recientes e improvisados impulsos.
El documento en blanco lastimó sus deseos de expresarse, de sentir y transcribir cada uno de los más pequeños sentimientos. Quiso trazar una historia sobre un hombre que quiso ser feliz y que tuviera un final de sonrisas y lágrimas, de azules inmaculados y de estrellas parpadeando en un cielo armoniosamente pintado de azul. En el fondo aparecería “ The end” como en las mejores películas de la época dorada de Hollywood.
La lujuria de las palabras escritas lo dispersó en mil encrucijadas. Mientras escribía, iba saboreando cada una de ellas. Degustaba su fonética y jugaba a compararla con la de otras lenguas intentando discernir en cuál de ellas sonaba más bella.
Así fue languideciendo la tarde sintiéndose triunfador al sentir que decir te quiero sonaba mejor en catalán o francés que en español. T’estimo, je t’aime…
Construyó un argumento para su efímera historia de un hombre que vivía solo y que alguien, en algún lejano lugar, había anidado en su corazón. Y casi sintió la caricia de un ser que se siente amado. Y correspondido.
La noche precipitó su pesado manto negro sobre la luz recién abatida y depositó en él su lúgubre perfume de acogida. Una noche amenazante, repetitiva e impertinente, traicionera y carcelera de su soledad.
Cuando se fue a la cama, abrazado a su pequeño perro, decidió no rendirse. Abrió su libro de cabecera e intentó perderse con David Grossman en la búsqueda de una madre, arrojada a la calle, luchando por reconvertir el cadáver de su hijo asesinado en un ser vivo. No sabía que, al igual que en la Piedad de Miguel Ángel, en la que María, madre, sostiene el cuerpo inerte de su hijo, ella, sobre su regazo, abrazaría, aún caliente, el cuerpo amado del suyo, para mecerlo y acunarlo como cuando era niño.
Dejó de lamentarse y se sumió en el cruel tormento de la desesperación. Lloró por hoy y por siempre la muerte injusta de su hijo y, de tanto llorar, se le secaron las lágrimas. Se arropó en la quietud de un abrazo con el cuerpo frío y yerto del que siguió reconociendo como a su hijo.
Abandonó el libro a la hora en que en algún lugar no lejano empezarían a sonar el canto de los gallos, los perros callejeros ladrar y los primeros pasos del recién estrenado día.
Aliviado, acercó aún más hacia sí a su Napoleón. Le acarició con ternura su peludo cuerpecito sintiendo el agradecimiento de su fidelidad cercana. No ladró ni emitió ningún especial sonido. Simplemente batió su rabo expresando desmesuradamente su alegría.
La luz del amanecer le regaló un nuevo y aún no empezado día.
Su vigilia lo había salvado. Ya no le importaba el día de mañana, ni el de pasado, ni ningún otro. Se sintió vivo y victorioso porque la desolación había desaparecido.
Puso la radio.
Juan Ramón Lucas entrevistaba al líder del Partido Popular. Mariano Rajoy dilapidaba el tiempo con un discurso lánguido y trasnochado. Lleno de temores y promesas.
En la cocina, aún en pijama, preparó su desayuno. Leche fría y una buena ración de cereales.
Napoleón empezó a ladrar estrepitosamente. Reclamaba también su desayuno y bajar al parque.
Eran ya las diez de la mañana.
José Luis López Terol
Es bueno saber que los perros nunca mienten.
ResponderEliminarJM
Merci pour ce recit simple, profondément sincère et situé au coeur de l'âme humaine dans toute sa nudité, face aux peurs que la vie et ses méandres nous réservent maintes et maintes fois. Le choix des photos est tout simplement splendide. Merci encore.
ResponderEliminarConcluida la lectura de este relato que nos lleva por la conciencia, los sentimientos y las emociones del protagonista, intento buscar en él una cuestión que no localizo.
ResponderEliminarDeduzco que el asunto primordial es el propio devenir de la existencia del personaje. Un fluir múltiple de muchos firmamentos. Un presente continuo e incesante que no se agota en la proyección de un futuro. Que es incierto, por definición y por lógica, y que no se alza sobre lo que queda en el filtro de su historia personal, en ese sustrato cambiante, vital y dinámico, que convenimos en bautizar como identidad.
No son temas esenciales de esta historia, de excelente confección, ni la carencia deliberada o involuntaria de compañía, que a veces sentimos por la muerte, la ausencia o pérdida de alguien o de algo, ni la indiferencia y la distancia.
Hay en ella una complejidad de dimensiones substanciales que se solapan en el propio periplo de unas horas de la vida del protagonista, en el propio devenir de una conciencia meditabunda que se observa a sí misma.
Tal vez la narración no tenga un asunto unificador porque el propio personaje parece retirarse. Parece nómada en los laberintos de las cavilaciones, sin otra voluntad que dejarse arropar por el cortejo de un ámbito conveniente y rutinario, por sus retraimientos habituales y conciliaciones domésticas.
Las dos fotografías que ilustran el relato corresponden a dos momentos de la ciudad de París en el año 2010.
ResponderEliminarEn la primera, un cielo amenazador oscurece el día y esconde la luz detrás de unas negras nubes.
En la segunda, uno de los puentes más bellos de París, el Puente Alejandro III. El río Sena atravesando París y con ella la vida de la ciudad. El puente símbolo de comunicación y unión entre las dos riberas del río.
Mi muy querido amigo: he creído descubrir al protagonista de esa “Pequeña historia intrascendente”. La cita con el destino. La película sobre Pina Bausch, David Grossman… Pero ese perro, ese Napoleón, me despista…Claro que, posiblemente, se trata de una licencia poética, ¿o no…?
ResponderEliminarEstoy pensando que voy a “copiarte”,que voy a lanzarme a escribir a corazón abierto, como tú; pero, ¿sabré hacerlo?
Me gusta tu pequeña historia, preciosa, hermosa.
Un inmenso abrazo, LOU
Jejejejejeje. Ese Napoleón, que en realidad se llamará NAPO, es un proyecto de perro para un futuro más bien cercano. Es de raza shih tzu y de origen tibetano. Es pequeño, regordete, peludo, juguetón y tierno y que, deduzco, ya habita en la mente del protagonista de esta pequeña historia. Por lo tanto, si ya corretea por su mente, es que, de alguna manera, ya existe.
ResponderEliminarMás que una historia intrascendente es una historia interesante que debe continuar.
ResponderEliminarLlegas al final disfrutando con la belleza literaria que has sabido dar y ...
Espero el próximo capítulo porque lo merecen tanto el prota como el escritor.
Besazos pedazo de artista.
Es bonito este breve relato,la soledad tiene pequeñas pinceladas de tristeza que forman parte de una hermosa obra, solo y a solas puede uno saborear a Bach, sentirse pleno y libre, pero tambien sucede lo mismo compartiendo, quizas por eso Napo. Corrigeme si me equivoco
ResponderEliminarTienes toda la razón. Napo es el símbolo de un deseo que cuadre la realidad.
ResponderEliminar