OTOÑO EN ALBACETE

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Fiesta del Árbol

miércoles, 25 de julio de 2012

Reconstruyendo a Faustina (Por Carmen Sánchez Cabezuelo)




Mi madre tiene 84 años, pero ella ya no se acuerda. Tampoco puede contarnos sus recuerdos, porque se le han ido borrando. Mis hermanos y yo nos hemos convertido en su memoria y escribir estas líneas es un homenaje a ella, a su vida, a su grandeza. Para mi madre las estaciones del año no guardan relación ni con la luz ni con las temperaturas. Su calendario vital tiene su lógica: debe ser verano, porque paladea con verdadero placer los cucuruchos de helado de chocolate; ahora, si se le pregunta en qué mes estamos puede contestar sin titubear, octubre o noviembre.
Escuchando las respuestas que da al médico para evaluar su nivel y grado de deterioro cognitivo yo me sonrío con tristeza a su espalda. Su dignidad y firmeza en las respuestas parecen salir de la boca de un oráculo. Como no recuerda el año en que vive mira de frente al Dr. y contesta "1412". Todas las preguntas son de fácil respuesta y ella no tiene la mínima duda de que a todas responde bien, aunque casi todas sus contestaciones son la manifestación clínica de su estado mental.
Mi madre ha sido toda su vida un ser absolutamente terrenal, con pocas manifestaciones físicas de ternura, pero todos sabíamos que tras su máscara de frialdad se escapaban unos sentimientos de entrega y solidaridad de los que ella nunca fue consciente. Las cosas se hacían porque había que hacerlas y las decisiones se tomaban porque era lo mejor para los suyos.
Mi madre es prácticamente analfabeta, lo que nunca fue obstáculo para que leyera las novelas de Corín Tellado y fuera durante muchos años una gran experta en hacer "sopa de letras". Era de una paciencia bíblica, virtud que ejercitó a lo largo de muchos y penosos años que mi padre vivió, enfermo y dependiente. Sin ella él era una sombra vagando sin horizonte.
Mi madre era la brújula que siempre marcó el rumbo correcto. Dócil, pero nunca servil. Pobre, muy pobre, pero siempre generosa. Toda su vida ha sabido adaptarse a las circunstancias del momento y jamás ha salido de ella una queja. Para nosotros, sus hijos, no ha habido mejor ejemplo de honestidad y honradez. Ahora, cuando su mente se aleja, cuando los días y los años pierden su orden, cuando juntas construimos trozos de su vida  me siento como una pieza de puzzle buscando su sitio.
No lo he dicho: Mi madre se llama Faustina y la suya se llamaba Társila. Porque de eso no se ha olvidado aún.