OTOÑO EN ALBACETE

OTOÑO EN ALBACETE
Fiesta del Árbol

lunes, 2 de diciembre de 2019

COMPROMISO

 La ciudad parece un escenario ficticio, iluminado e inerme, un rincón protector para los seres que parten, para los condenados que levantan velas rumbo al ostracismo, en el que no se contemplan los retornos. 

  Los árboles y plantas de este jardín, con sus formas y coloraciones tornadizas, con sus ramas caprichosas y con sus hojas caducas y otoñales, vestidas para la celebración del adiós, antes de disolverse en el ciclo implacable de la naturaleza, no transmiten certidumbres ni esperanza, parecen decirnos que todo es corruptible y finalmente yermo. 
  Frente a su tumba le prometo, en realidad me lo digo a mí mismo, que todavía no sé qué es prepararse para cuando llegue el fin, que no entiendo el asunto de la resurrección de los muertos y la vida en el más allá. Entre otras cosas, porque no creo que exista una vida que continúe y se reorganice de otra forma en el momento que morimos, porque no creo que el acto de fallecer sea la puerta de entrada a ningún otro reino que no sea el mineral y porque no soy religioso en el sentido tradicional de la palabra.
 Le prometo, igualmente, que dejaré de concebir la muerte como un fracaso y que seguiré buscando la alegría de vivir. 
  A estas horas del día, en la solemnidad del domingo, en honor a mi madre y de la vida que me concedió, prometo sobrellevar mejor el dolor que me provoca su ausencia. 
  Un romero humilde se eleva sobre el suelo pedregoso del jardín del cementerio.Crece bello y fuerte junto a la tumba que guarda sus cenizas. Es un vegetal perfumado, ligero y vigoroso como el alma de nuestra madre, como la energía que animó la existencia de un ser honrado, trabajador y solidario.




Nelson Muñoz Díaz
(Barcelona,1 de diciembre de 2019)

domingo, 10 de marzo de 2019

“Cinco minutos bastan para soñar toda una vida , así de relativo es el tiempo.”
(Mario Benedetti) 
Evocaciones de un pasado impreciso y  de la geografía donde los vientos australes agitaron nuestra existencia. 
En la década de los 50, mi padre armonizaba el trabajo de albañil con el de chófer en el balneario más importante de Uruguay.     Conducía coches de lujo de una compañía de Montevideo. Su labor consistía en trasladar a las celebridades de la industria cinematográfica que participaban en el “Festival Internacional de Cine de Punta del Este”. 
  Aún recuerdo su camisa nívea, su pantalón azul marino y  su corbata a juego, la indumentaria que lavaba y planchaba nuestra madre. 
 En esa época Uruguay era un país con un alto consumo de cine, sin tener industria audiovisual propia. 
 Aquellas primeras ediciones del “Festival de Cine Internacional de Punta del Este”  pretendían fomentar el turismo a través del cine, mediante eventos culturales de prestigio. Ciertamente, fueron una oportunidad para que mi padre y otros trabajadores de la zona se ganaran la vida. 
 Las impresiones de todo aquello quedaron materializadas  en fotografías que algunos visitantes ilustres le regalaban a nuestro padre. Eran retratos de estudio, en blanco y negro, de un formato mediano, que de vez en cuando mirábamos embelesados.
Dichos eventos comenzaron marcados por las protestas, el desorden y la improvisación. 
  Alsina Thevenet, crítico exigente, fustigó con sus comentarios periodísticos a la organización por una serie de cuestiones que quedaron fuera de control durante varias temporadas. 
 Convencido de que la excelencia debe ser una práctica habitual, el intelectual uruguayo describió con lujo de detalles las equivocaciones que deslucieron la marcha y los resultados de aquellos acontecimientos extraordinarios de nuestra localidad. 
  Por otra parte, manifestó con fundamentación y elegancia que la calidad del material cinematográfico exhibido y el carácter comercial que ostentaban los films latinoamericanos, mal conocidos y subestimados en el exterior, le daban a aquellos encuentros internacionales un aire, propio de una feria, y no de una muestra artística al estilo de los festivales del séptimo arte en Europa, que ostentaban la categoría A,  la letra reconocida por la Federación Internacional de Asociaciones de Productores Cinematográficos. 
  Buen conocedor del poder que tienen las palabras afiladas y cargadas de razones, dijo también que “así como los festivales cinematográficos europeos son exposiciones dedicadas exclusivamente al arte dentro de la cinematografía, el Festival Internacional de Cine de  Punta del Este es un agasajo donde  tienen  cabida  todas  las manifestaciones del cine”. 
  Más claro, el agua. Les dio una cachetada a todos aquéllos que creían que montar un festival de semejante envergadura era cuestión de coser y cantar, sin un mínimo de programación y previsiones. 
  En varias ocasiones, “El Gran Premio de Cine Sudamericano”  fue declarado desierto debido a la  pésima calidad  de lo exhibido. Los jurados de aquellas ediciones entendieron que no  se debía premiar al film menos malo, sino al que tuviera más méritos artísticos.
  Para colmo, en la edición de 1952 los organizadores de dicho evento recortaron el presupuesto destinado a la delegación de Japón; en cambio,lo aumentaron para la delegación norteamericana. Realmente, no tuvieron contemplación con los artistas orientales, con un cine que el público uruguayo había comenzado a admirar a través de las cintas de Akira Kurosawa.
  A pesar de los escándalos y equivocaciones,           nuestros festivales aguantaron los chaparrones.  Milagrosamente, se hicieron populares, especialmente por el premio que recibió Ingmar Bergman y por el número de estrellas internacionales  que acudieron.
  Por el “Festival Internacional de Cine de Punta del Este” desfilaron las personalidades más rutilantes de la fábrica de sueños: Yul Brynner, que por entonces ya había recorrido la ceca y la meca en el sentido literal de la expresión, un  James Stewart, actor  conservador que por entonces no había comenzado a ganar premios, una Debbie Reynolds que acaba de estrenar “Cantando bajo la lluvia”, un Cantinflas, icono mexicano de enormes éxitos, que venía de rodar “Si yo fuera diputado”, una Sara Montiel,  actriz manchega cuya fama fue creciendo como la espuma en toda América y que, por entonces, trabajaba en el cine mexicano y norteamericano, Fernando Rey, que comenzaba a rodar su célebre “Marcelino, pan y vino”, Lola Flores, que en el Río de la Plata fue considerada una estrella del flamenco, cuando en realidad no cantaba flamenco, y muchas estrellas talentosas y glamurosas como Debora Kerr, Sean Connery, Joan Fontaine, Sofía Loren, Ives Montand, Simone Signoret, Silvia Pinal, Silvana Mangano, Silvana Pampanini, Marcelo Mastroianni, Ava Gardner y  actrices y actores argentinos y uruguayos que eran conocidos en el ámbito doméstico del Río de la Plata. 
  Aquellas celebridades que asistían a los Festivales de Cine de Punta del Este parecían seres flotando en las nubes de la serenidad y la felicidad, aunque tal vez vendieran a 1000 dólares los besos de celuloide y recibieran un céntimo por su alma, como decía Marilyn Monroe. 
  Aquella fauna visitante, exótica, mítica, vendedora de “felicidad”, gente que trabajaba generando quimeras que luego el tiempo se encargó de volatilizar, nos salvó del tedio de la adolescencia, aunque no tuvo nada que ver con nosotros, aunque fuéramos público habitual de su arte en la penumbra de un cine de mala muerte.  
  Los recuerdos de aquella época se van esfumando, poco a poco, cogidos a la nostalgia de aquel Punta del Este que, para bien o para mal, también fue  marco de nuestra existencia.
Debe ser por esta razón, que pretendo sujetarlos y los escribo.
De todas maneras, todas esas presencias del pasado me resultan entrañables. Las acaricio porque son parte de lo que soy.
“Vendrá la muerte y tendrá mis ojos” puestos en la retrospectiva de una mirada emborronada que se disipa y se reconstruye solamente  con instantes.  Como la secuencia breve de un film perecedero.

Nelson Muñoz ( escritor y ensayista)


 ( Yul Brynner atendiendo a unos admiradores en un bar de Punta del Este)
Gerard Philippe y Joaquín Torres García en Punta del Este )
( Joan  Fontaine  con Blanca de Mazer y Gérard  Philippe en  Punta del Este )
( Ives Montand firmando autógrafos a sus múltiples admiradores )
( Martha Legrand,Walter Pidgeon y  Silvana Pampanini en Punta del Este )