OTOÑO EN ALBACETE

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Fiesta del Árbol

miércoles, 19 de septiembre de 2018

SAINT-JULIEN D'ESTAVAR ( Cerdaña francesa,18 de septiembre de 2018)

El pequeño pueblecito de Estavar se encuentra en  el departamento de Pirineos Orientales y en  la región de Languedoc-Rosellón, en la comarca de la Alta Cerdaña. Tiene alrededor de unos  500 habitantes. A nivel administrativo  pertenece al distrito de Prades, al cantón de Saillagouse y a la Communauté de communes de Pyrénées Cerdagne.
Muy cerquita de LLivia , un enclave español en medio de territorio francés, famoso por tener una de las farmacias más antiguas de Europa, Estavar duerme en una tranquilidad que incita a reposar y llenarse del silencio.
Ya, sobre el año  839, se menciona esta tranquila villa como la “parrochia Stavar
La "e" protética aparece a finales del siglo XI (villa de Estavar, 1094).  Es muy discutible el origen del topónimo  que da nombre al pueblo pirenaico. Algunos lingüistas lo derivan del euskera.Para comprender el significado del topónimo, se recurre al vasco. La primera parte significaría "cercado" (cf. el vasco estegi, con el mismo sentido y el verbo estu = cerrar), y el segundo elemento significaría "de abajo" según Coromines, lo que daría "el cercado de la parte baja”.
Tanto Estavar como Bajande (pueblecito cercano) son mencionados en el año 839, en el acto de consagración de la catedral de Urgell. Durante la Edad Media pertenecieron a la familia de Llo, que también poseía Évol y Quérigut. A partir del siglo XIV, Estavar y Bajande formaron parte del vizcondado de Évol, creado en 1335.
Pasear por  sus callecitas, como ya he dicho antes, predisponía a la  reflexión y especialmente a la contemplación de su hermosa y humilde iglesia románica de Saint-Julien d’Estavar, a pesar de la oscuridad del cielo que amenazaba tormenta y lluvia. Iglesia de estilo rural, sencilla, sin grandes ostentaciones y perfectamente enclavada en la belleza del paisaje, funciona como una relajante terapia para la vista y para  la alocada vida de las grandes ciudades. Aún dormida en el transcurrir de los siglos, despierta a la presencia del que busca autenticidad  y clausura de otro cualquier bullicio.
Su edificación se llevó a cabo en la segunda mitad del siglo XII, de la que se conserva el ábside y el principio de la nave, el resto, son modificaciones y reconstrucciones posteriores. Es de planta rectangular con un sólo ábside semicircular y cubierta con bóveda de cañón apuntada. Como otras iglesias de la comarca tiene la sacristía y dos capillas laterales añadidas más tarde, en una de las capillas hay una lápida con la fecha de 1538.
En el centro del ábside se encuentra una ventana con tres arquivoltas, la interior de bordón liso, la central imitando un cordón y la más exterior está reforzada con un arco de piedras alargadas. En la parte superior del tambor del ábside se encuentra un friso de dientes de sierra que lo sostienen unas ménsulas talladas con figuras geométricas, de animales y de cabezas humanas, éstas de factura parecida a las que se pueden observar en el ábside de las iglesias de Bolvir y de Guils.
En un cuerpo añadido un poco más alto que la nave, hay el campanario de espadaña con una abertura de dos ojos. La puerta de entrada situada en el muro sur, es de tres arquivoltas lisas.
Queda en el interior del ábside unos fragmentos de sus pinturas murales, en los que se aprecia el Pantocrátor y algún resto de otras figuras (1).


                                               José Luis López Terol


1. Información sacada de algunos textos de Internet y de la propia experiencia del autor. Todas las fotografías son del autor.


                                                   














miércoles, 8 de agosto de 2018

LA TEMPORADA ( Un relato de verano )



Chiste. Se ve a una chica muy guapa llorando desconsoladamente. Entre sollozos comenta  - me dijo que era ganadero y resultó que sólo tenía dos gallinas.

En la virtud de un puñado de palabras, este chiste radiografía un problema bastante conocido en nuestro departamento, allá en el sur de Uruguay, en los límites de la zona austral de América del Sur, en mi tierra de nacimiento, en Maldonado, en las adyacencias de Punta del Este.

 Se trata de una cuestión que solía suceder entre algunas chicas fernandinas de hace muchas décadas, entre quienes veían en el ritual de los veranos de Punta del Este una puerta al progreso personal, a una especie de “personal promotion” transferida y solapada en la dinámica de la alegría de la juventud y de ese espacio temporal que en Maldonado denominamos “la temporada”.

Aquellas jóvenes de entonces soñaban con progresar socialmente y librarse de sus tensiones existenciales mediante un golpe de suerte, sin sacrificios, a través de un acto mágico, azaroso, que diera un vuelco radical a sus días grises sobre la tierra. Por la vía de las tácticas sin estrategias y con muchas dosis de ficción, pretendían buscar una pareja, una promesa espontánea que las llevara al altar de la felicidad sin apuros ni complicaciones. Idealizaban su existencia futura junto a un consorte que finalmente las rescataría de las vulgaridades y desventuras de un Maldonado anclado en el entumecimiento provinciano, varado en las grandezas escasas, generalmente roídas, de una existencia colectiva con exiguos horizontes profesionales y con salidas laborales irrisorias.

Por el camino erróneo de la facilidad, anhelaban encontrar un príncipe joven, o no tan joven, apuesto, elegante, divertido y, sobre todo, con mucho dinero. Deseaban vivir en un escenario social más libre y más fino, menos atrasado y menos pueblerino. Sobre todo, codiciaban un ser con mucha pasta, que en romance paladino quiere decir con una buena cuenta bancaria y con mucho patrimonio.

Todas aquellas historias de entonces, sueño de una noche de verano de un Maldonado lejano, entretelas de habladurías, secretos de corazones de nuestro pueblo, solían darse de bruces contra la realidad, al final del estío, al comienzo de un otoño normalmente desapacible, que en un abrir y cerrar de ojos borraba los regocijos y las expectativas sazonadas en el fragor de las horas de playa y de paseos a la luz de la luna. Al final, terminaban por estrellarse contra la realidad sin ambages ni sutilezas ni romanticismos, como en los relatos minuciosos y objetivos del realismo literario, en los cuales la vida de los personajes se apega a un devenir sin libertad, sin concesiones al sentimentalismo ni a las aquiescencias sin esfuerzos ni renuncias, contra una realidad donde los sueños y las quimeras suelen fenecer sin espejismos y someterse a un contexto sin idealismos ni artificios cómodos

Hacia febrero, final del estío en el Río de la Plata, se imponía el principio de realidad en la subsistencia de aquellas criaturas inocentes, sin experiencia de la vida. Al final del verano, quizás aquellas chicas aprendieran que las apariencias suelen ser engañosas, que la atracción emocional y sexual no son experiencias sucias, sino interesantes para nuestro desarrollo personal, que equivocarse es necesario para aprender a vivir, que sufrir por un amor perdido, aunque haya sido en el engaño y en la desilusión, contribuye a fortalecernos y a ser más precavidos.

Con toda seguridad, las chicas que inspiran mi relato, que imitaban a los turistas y aparentaban bienestar y prosperidad en los ámbitos de la península, finalmente descubrían que ese ritmo de vida tiene precios muy altos, que esa ficción veraniega muere con la estación, en una perdida prácticamente infructuosa de tiempo. Descubrían, posiblemente, que el trabajo, el estudio y el esfuerzo dignifican, que no vale la pena entregar amor, cuerpo, alma, los sueños más caros y los secretos más recónditos, a cambio de casi nada, a quien nos engaña, a quien no valora el afecto ni los sentimientos de las personas, a quien va por la vida pensando que el dios dinero compra placer, afecto, dignidad y sentimientos.

 Nelson Muñoz Díaz