OTOÑO EN ALBACETE

OTOÑO EN ALBACETE
Fiesta del Árbol

lunes, 22 de agosto de 2011

Mujer y consumo

Dice Coco Chanel que la moda es lo que pasa de moda. Y por una extraña inversión de los atractivos sexuales en comparación con el reino animal, donde el macho es el mejor dotado -la cola del faisán y la del pavo real, la melena del león y el empaque multicolor del gallo, con su roja cresta y vivos colores, así lo demuestran-, la principal usuaria de la moda en nuestra sociedad es la mujer.
Ella, desde la aurora de la historia, recurrió a los peinados, a los afeites, a los vestidos de largas y elegantes polleras, como se ve en las pinturas levantinas del final de la prehistoria, a los adornos y collares. El hombre ostentaba la fortaleza de su cuerpo, el poder de sus músculos, una prestancia corporal que revelaba fuerza, destreza y decisión.
Por ello los ornamentos, las pelucas, los anillos, los ropajes de colores llamativos –pensemos en la riqueza del vestido africano tribal, por ejemplo- es decir aquellos elementos que complementan la belleza formal del cuerpo, son femeninos. La vestimenta masculina no presenta, en la mayor parte de las culturas, similar riqueza y complejidad.
A lo largo de la historia, especialmente la occidental, la riqueza del traje, la variación de los estilos, los llamadores artificiales de la seducción, han constituido una constante cultural femenina.
Existe un fenómeno comprobable en nuestro entorno social: ciertas pautas de consumo suntuario se vinculan más fácilmente con la mujer que con el hombre. Se dispone de una multiplicidad de productos asociados con la condición femenina en sí, o con la condición femenina que la sociedad crea y los medios masivos multiplican.
En primer lugar existe el estereotipo de que la mujer, para ser feliz, necesita comprar cosas, especialmente aquellas destinadas al uso personal, a la amplificación de la belleza física.
Desde tiempo inmemorial la sociedad ha identificado mujer y belleza, aunque no en todas las culturas. La clásica (Grecia y Roma) ha llevado al paroxismo la idea de belleza física asociada con musculatura y juventud, pero mucho más en relación con el varón joven que con la muchacha.
La mujer en la tradición occidental, incluso desde el Antiguo Testamento, aparece asociada con la idea de seducción. Isaías condena, justamente, la utilización femenina de toda clase de adornos destinados a maximizar la belleza y la seducción.
Durante ciertos períodos se intentó “domesticar” el cuerpo femenino, ya fuera cubriéndolo con ropajes, con diversas capas de ropa o con incómodos corsés, e incluso con cinturones de castidad.
El hecho objetivo es que Occidente ha ido delineando un modelo de mujer que, en primer lugar, ha sido secundario; ella ha estado destinada al servicio del varón y, como tal, su embellecimiento ha tenido una función clara: adaptarse a lo que el hombre deseaba que ella fuera.
Por otra parte y sin alejarnos de nuestra tradición, las pautas de belleza relacionadas con lo femenino han tenido siempre un fuerte corte de clase: el modelo de belleza de las clases altas del siglo XIX ha sido el de la mujer delgada, pálida, tísica, en tanto el de las clases populares ha asociado gordura con hermosura.
Si bien el uso de ropas lujosas, de adornos, de cosméticos, perfumes y otros artículos no indispensables ha sido común entre las féminas- recordemos por ejemplo la henna y el khol entre las egipcias- el fenómeno del consumo sistemático y por placer de productos diversos se ha amplificado en especial en el siglo XX. El modelo de mujer prolija, peinada, impecable y a la moda se asocia con el nuevo rol que ésta va adoptando en la sociedad, en consonancia con la progresiva liberación femenina que nos ha obligado, paradójicamente, a asumir voluntariamente nuevas esclavitudes. Una de ellas es la de estar a la moda, esa costumbre occidental de la renovación permanente tanto del guardarropas como de todo aquello que nos adorna.
¿Por qué no se le ha exigido al varón algo similar? ¿Por qué “ir de compras” se asocia imaginariamente con uno de los pasatiempos favoritos de las mujeres? ¿O en qué medida se le ha impuesto este entretenimiento cultural?
Intentaremos dar una respuesta antropológica a estas interrogantes.
En primer término, porque la sociedad ha elaborado un ideal de mujer, a menudo contradictorio, pero cuyo denominador común se asienta en “lo bello” de la cara y del cuerpo femenino. Ese modelo ha sido siempre un derivado de las necesidades masculinas: los hombres han planteado una pauta ambivalente en relación con sus deseos: una dama en la mesa (es decir, en el hogar) y una prostituta en la cama, no necesariamente con la misma mujer. No estamos lejos, todavía, del viejo modelo de dominación que juzga con distinta vara a varones y mujeres.
Pero además, las mujeres han/hemos internalizado –y comprobado en carne propia- ese modelo que impone la necesidad de estar o aparecer bellas en público y en privado. Diversos estudios realizados en EEUU han demostrado fehacientemente que mujeres bellas obtienen buenos puestos de trabajo aunque no estén calificadas adecuadamente, y vale también lo opuesto.
Hay algo más: el papel que desempeñan los medios masivos a través de la publicidad, amplificando un estereotipo de mujer bella, delgada, producida, deportiva, sensual y profundamente consumista, no necesariamente inteligente ni cultivada, es central a este respecto. Ese ideal se vincula con las pautas básicas que el capitalismo impone, cada vez con más fuerza, y que unen imaginariamente el consumo con la felicidad, sin mostrar –y no precisamente por ignorancia- que aunque se compre el último artículo que salió al mercado hace 15 minutos, dentro de 30 saldrá otro que lo sustituirá con éxito. Ese sistema de consumo se aplica a la compra de cualquier tipo de producto, desde un automóvil, un celular, un par de zapatos deportivos o un champú. Coloca a la mujer en el papel de receptora de una cantidad desmedida de tentadoras ofertas que prometen la “felicidad”, aspiración que se lograría en consonancia con el incremento del atractivo sexual para obtener, así, el amor como en los cuentos de hadas.
Los recursos de la coquetería, los encantos de la cosmética, la profusión –y consiguiente caducidad programada- de las vestimentas, constituyen artículos que se hacen aparecer como imprescindibles. En este campo, podríamos hablar de la “industria de la necesidad” ya que se generan artificialmente deseos para poder satisfacerlos a cambio de dinero.
Así es que abundan los locales donde se ofrece –se vende- belleza o su arquetipo, se perfecciona la elegancia, se fabrica un protagonismo de la seducción y a la vez se vende la idea de un “estilo propio”, de una creatividad de medida o de confección. Los comercios nos exhortan a consumir.
La edad en la mujer se ha convertido en un estigma: mostrar canas, arrugas o los efectos naturales de la fuerza de gravedad se han convertido en pecados modernos o posmodernos. Nada debe delatar el paso de los años, cualquier recurso es bienvenido para cumplir con el ritual obsesivo de disimular el paso de los años, de mantener la ilusión de la eterna juventud.
Pero además, las expectativas femeninas son generadas con la finalidad de obligarlas a comprar indefinidamente; no hay asunto que no haya sido considerado por la industria del look: perfumes, lociones capilares que devuelven la juventud y tinturas que disimulan la edad, cremas que reintegran la lozanía y la humedad perdida del rostro, tratamientos casi mágicos –a menudo extremadamente invasivos- para perder peso, adiposidades localizadas, o años, o un largo etcétera.
Y además está la industria de la vestimenta que constituye un negocio multimillonario y no exclusivamente entre las capas más altas de la sociedad.
Vuelvo a la pregunta anterior: ¿qué pasa con los varones en este sentido?
A menudo nos enfrentamos al estereotipo del hombre descuidado, desprolijo, desinteresado de su aspecto, su atuendo, su ropa. Si bien muchos varones están cambiando su conducta también en el cuidado de su físico y el consumo asociado, durante buena parte de la historia esto no ha sido así. Y no lo ha sido porque, en primer lugar, el rol de proveedor no necesita coincidir con el de galán, y la mujer, tradicionalmente, ha aspirado a obtener el mejor partido posible, especialmente si a cambio ha tenido belleza para ofrecer en ese comercio más o menos explícito que es el intercambio matrimonial o de parejas desde la perspectiva de la antropología. 

(Anabella Loy, antropóloga uruguaya, escritora, ensayista e investigadora)


 




martes, 16 de agosto de 2011

El cine de aquellos tiempos


 Cuando yo empecé a ir al cine en la ciudad donde entonces vivía y, a la que sigo yendo, había bastantes salas de cine, teniendo en cuenta que Albacete, la ciudad de la que hablo, estaba y sigue estando en la periferia de la cultura.
El primer recuerdo que guardo de una sala de cine tiene el sonido de carreras de coches, el título de la película no quedó registrado en mi memoria, sin embargo aún siento la mano de mi madre cogiéndome la mía y llevando en la otra a mi hermana pequeña. Oigo su voz diciéndome "ten cuidado con los escalones", porque las veces que íbamos al cine era siempre a "general", a "gallinero".  Los asientos eran sin respaldo y las imágenes proyectadas eran el billete para viajar y sentir en carne propia lo que los artistas interpretaban. Si se llegaba a la sala muy tarde había que subir a la última fila, tocando casi la ventana desde la que salía la proyección; a través del humo polvoriento los chicos ponían las manos y la cabeza haciendo mil tonterías que todos los asistentes a la sala veíamos en la Gran Pantalla. Y lo pongo con mayúsculas porque las imágenes proyectadas eran para muchos de nosotros verdades religiosas, realidades que otros vivían para mostrarlas a un pueblo desnutrido, con hambre de pan y libertad y necesidad de saciarla. El NODO era el preámbulo y los más jóvenes y las parejas de novios lo aprovechaban para buscar mejor sitio. Para muchos de ellos la oscura sala era el único lugar donde podían tocarse, robarse besos sudados por un deseo reprimido; manos deslizándose entre los muslos y que una vez satisfechas las necesidades más urgentes volvían a los reposabrazos de las butacas de platea, a las últimas filas, llamadas " las filas de los mancos". Cuando mi niñez quedó lejos el "virus" del cine ya estaba incorporado en mi torrente circulatorio. Eran domingos de sesiones dobles, de salas abarrotadas, con pasillos llenos y donde la única manera de descansar era apoyándose en la pared y esperar que alguien se cansara para coger su asiento. En invierno, aquellos fríos e intensos inviernos de la llanura manchega,  el cine era el refugio donde los calores humanos se vengaban de una realidad gris y opresiva y donde empecé a tomar conciencia de que existía otro mundo fuera de esa oscuridad del que yo quería formar parte.

(Carmen Sánchez , antropóloga  y enfermera )

  (Antiguo Teatro Circo de Albacete)

La visita del Papa a Madrid

 Yo tampoco lo espero ni le doy mis salutaciones a quien siembra la adoración de su persona por encima de ese Cristo que al parecer fue ecuánime y no tuvo nada que ver con las instituciones del poder eclesiástico, con los mensajeros vigentes de una iglesia deshumanizada y muy poco ejemplar, con todos los buitres que cumplen las órdenes de un Vaticano que promueve el orden establecido por los ricos y los poderes fácticos, ese poder torcido que no le interesa, en realidad, la verdad ni la libertad ni la democracia, un poder totalizador que busca incansablemente ejercer un dominio determinante por encima de las leyes y la voluntades ciudadanas.
Yo no el doy la bienvenida a quien no dice nada ni hace nada en favor de la igualdad, en favor de los necesitados y olvidados.
   Sinceramente, nos duele que el coste de toda esta operación católica, fiesta presuntuosa, hueca y sin valores igualitarios, una ceremonia llena de parafernalias y manipulaciones ideológicas, se pague con el dinero de todos nosotros, con el patrimonio del Estado.
Estoy totalmente de acuerdo con Evaristo Villar, el portavoz de Redes Cristianas y sacerdote de base de Madrid, quien asegura que todo este montaje proselitista no sigue el ejemplo de Jesús. Estoy de acuerdo con quien critica el exhibicionismo en torno a la visita de Benedicto XVI y asegura que el evento católico, lejos de servir para intercambiar experiencias en la fe, para dialogar sobre los problemas gravísimos que tiene la humanidad, se esté utilizando para glorificar la figura de Ratzinger, para una recatolización y para una reconfesionalización de un Estado, que mal que le pese a la Iglesia, tiene una constitución aconfesional y muchos agnósticos, ateos, indiferentes, apóstatas, críticos, demócratas y cristianos de buena fe que no estamos de acuerdo con el proselitismo agresivo de las religiones ni con semejantes derroches en los que participan tanto las administraciones públicas como las empresas del IBEX.
  Todo este montaje vacío, mercantilista, meramente ritual, y esta malversación insolente, en la que sólo en vigilancia policial vamos a pagar 1.700, 000 euros, es realmente una afrenta a la razón y al mensaje de amor del propio cristianismo.
  (Nelson Muñoz , escritor,comentarista político y filósofo)

domingo, 14 de agosto de 2011

Indagando por el Planeta de los simios

Cuando hablamos de simios en la esfera del séptimo arte, no podemos evitar pensar en la ya considerada clásica película de Franklin J. Schaffner, con Charlthon Heston como protagonista,  “El Planeta de los Simios”, de 1968. Otros se acordarán de la más reciente obra de Tim Burton, del 2001, “remake”  de la película original. Sin embargo, pocos saben que hubo más productos inspirados en el mundo de los simios. Por ejemplo, pocos saben que “El planeta de los Simios” es una -muy libre-adaptación cinematográfica de la novela homónima del escritor francés Pierre Boulle. Tampoco se suele saber que la película de 1968 es la primera de una saga de cinco películas que se rodaron entre 1968 y 1973. Ni que se realizaron en la década de los setenta dos series de televisión (siendo una de ella de animación) e incluso un telefilm japonés pocos años después.
En todo este embrollo simiesco, uno se puede preguntar dónde situar el nuevo opus del director británico Rupert Wyatt traducido al castellano como El Origen del Planeta de los Simios. ¿Es la película un remake de la película de 1968? ¿O una fiel adaptación de la novela de Pierre Boulle? ¿O bien de la de Tim Burton? ¿Quizás una secuela… o una precuela?
Pues nada de eso. Ninguno de los productos que se han generado ha resultado ser una realmente fiel adaptación de la obra de Pierre Boulle: ni en el planteamiento, ni en los personajes, ni en la trama; en cuanto a la película de 1968, ésta narra las desventuras de un científico, que aterriza involuntariamente en un planeta desconocido y poblado por unos simios inteligentes que dominan al hombre; otro tanto ocurre con la obra de Tim Burton. De hecho, éste último, tras cosechar tan nefastas críticas por su versión del Planeta de los Simios, se negó a participar en cualquier secuela o precuela.  El Origen del Planeta de los Simios, por su parte, cuenta cómo y por qué el simio se hace inteligente y acaba rebelándose contra el hombre.
Por tanto, esta nueva incursión en el mundo simiesco, habría que considerarla un nuevo inicio argumental totalmente desvinculado de lo que se ha hecho anteriormente, o un “reboot”, término que se refiere a un reinicio o relanzamiento de una historia presentando una inflexión de la serie, no forzosamente siguiendo la continuidad previa sino sólo conservando los elementos más importantes, los que se consideren mejores o más funcionales para darle seguimiento, aunque comenzando todo de nuevo, desde el inicio, con ideas más “frescas”. Lo que sí consiguió Pierre Boulle, en todos los “productos derivados” que se llevaron a cabo – y en eso, El Origen del Planeta de los Simios sigue la tradición- , fue plantar la semilla de la crítica a la (des)humanidad, al mal uso de la ciencia por parte de una sociedad seudoevolucionada, al trato hacia otras especies animales y por fin a la incapacidad, a pesar de la evolución de la  inteligencia, por parte de quien tiene el poder, de tolerancia, comprensión y compasión por el otro.

J.F. Cortés Santiago  es filólogo ( Filología  Francesa y Española), profesor, especializado en  Traducción  Literaria. Ha traducido al español la impactante novela  La Fatiha, née en France,mariée de force  en Argélie.

Cine Maldonado (1)


   El fervor por el séptimo arte, una pasión que me salvó del pesimismo y el bostezo, se avivó cuando mi tío Casiano y el padre de un amigo comenzaron a invitarme al viejo cine de la calle José Dodera de mi pueblo, a la última sesión de la noche. Por entonces, ni los taquilleros ni los porteros miraban si éramos mayores de edad, puesto que casi todas las películas que se proyectaban en aquel viejo local, según el criterio de la censura oficial, no contenían escenas de sexo y violencia, es decir, que eran aptas para casi todos los públicos, aunque el género de las mismas fuera de policías y ladrones, de guerra, de terror o de bandoleros y salteadores de caminos en el lejano oeste americano. Lo realmente importante era entrar acompañado por una persona adulta.
   Por entonces, existían en Maldonado dos cines, uno el de los padres capuchinos y el otro que funcionaba a pleno rendimiento, cuyo propietario no supe nunca quién era.
  En aquella época, Maldonado se moría de aburrimiento. Seguía sumido en ese profundo letargo cultural propio de un escenario de coordenadas supuestamente inalterables, que no sólo determinaron mi primera adolescencia, sino que  decretaban un panorama de insondable apatía cultural y mental, en el cual la vida de casi todos los fernandinos acontecía lánguida y pesarosa.
   Cuando tuve catorce años comencé a ir al cine sin acompañantes, preferentemente los domingos por la tarde, ya que mi madre me controlaba los horarios. Esa experiencia coincidió con la inauguración del Cine  Maldonado, un local con mil aforos que valoramos como un avance trascendental y como el acabose de la modernidad y la elegancia.
   Mis visitas a dicha sala se hicieron más frecuentes a medida que mi adolescencia germinaba y los problemas familiares comenzaron a abrumarme, a formarme como un ser solitario e introspectivo y cuando mis complicaciones respiratorias se hicieron más apremiantes y con innegables señales de amenaza para mi estabilidad vital.
Por aquellos años, mi sexualidad comenzó a despertar al tiempo que iba conociendo, poco a poco, los placeres y los regalos de un erotismo que me ha dispensado momentos verdaderamente agradables.
    El cine Maldonado no sólo contribuyó a enriquecer una vida humilde como la mía, hijo de la clase trabajadora y a mi despertar sexual, sino que, de alguna manera, me ayudó a ver lo que había detrás de las apariencias sociales y humanas. Colaboró a que supiera de otros mundos lejanos y a que relativizara mi propia situación ante los lazos familiares y ante los vínculos sociales y afectivos. Me auxilió a relacionarme y a observar el universo adulto, a saber algo de las emociones y sentimientos hondos, a mirar la vida más allá del horizonte de un entorno sin promesas de cambio y a tener la evidencia de que los seres humanos somos como hojas llevadas por el vendaval de la existencia, en el que nos afanamos de un lado para otro sin saber bien qué es lo que nos impulsa a ello.
En el presente, casi desmantelado y dejado de lado por las autoridades culturales del ayuntamiento y la población en general, el cine Maldonado, recinto revelador de mi  adolescencia, declina convertido en un establecimiento abatido y olvidado, se va consumiendo ante la indiferencia, a pesar que en otras épocas fue centro de interés cultural y a pesar de haber proyectado arte, conocimientos, sueños y esperanzas. Mengua entre incomunicaciones y silencios tan sólo quebrados por algún paseante de la calle Sarandí.     

(Nelson Muñoz , escritor,comentarista político y filósofo).  
1. El cine Maldonado estaba en la ciudad de Maldonado ( Uruguay) donde nació el autor de este artículo.
 

sábado, 13 de agosto de 2011

Leyendo a Pierre Boulle (Autor del Planeta de los simios)

Ahora que la película de  Rupert Wyatt ha vuelto a poner sobre la  palestra el tema de los simios y el dominio de ellos sobre la raza humana (yo mismo estoy leyendo el libro de  Pierre Boulle), me sigo haciendo la misma reflexión: los humanos  nos creemos los únicos en  el planeta  capaces de sentir emociones. Hemos dado por sentado que la emotividad es propia, única y exclusivamente, de nuestra  especie. El  resto  de seres vivos que  conviven o, tal vez estaría mejor definido, malviven con nosotros  es incapaz de sentir y expresar emociones.
    El afecto, la tristeza, la alegría, la ternura, la capacidad de recordar y reconocer, el agradecimiento, el amor, la protección de los  suyos, la libertad,  la fidelidad inquebrantable, la lucha por la supervivencia son también sentimientos  propios del mundo animal al que llamamos irracional y de todos los seres vivos, diría yo.
Nuestro mal llamada racionalidad nos ha llevado al exterminio de muchas especies y   al uso  sistemático de la  tortura como placer excusándonos en la tradición popular.
Personalmente me alegro de la abolición de los toros en Cataluña, pero no deberíamos ver el sufrimiento de los animales con un doble rasero. Los “correbous”, tan extendidos por la geografía catalana, también deberían ser abolidos sin ningún tipo de remilgos. Ninguna excepción puede excusar  la tortura y sufrimiento de los animales.
Por este motivo la película me plantea cómo nos sentiríamos nosotros si un día fuéramos  tratados como  seres inferiores. Y en nuestra cultura eso sucede, no solamente con los animales, sino con todos aquellos  a los que consideramos inferiores por motivo de raza, cultura, educación,religión o porque son, simplemente, pobres, indefensos y desvalidos.


José Luis López Terol

sábado, 6 de agosto de 2011

Presi guay

Si algo he aprendido en mi ya dilatada experiencia como discente y como docente (entre ambas abarcan toda mi vida consciente) es que el más dañino de los personajes del mundo educativo es el profe guay. El profe guay no destaca ni por su formación, ni por su dedicación, ni por sus aptitudes didácticas, ni por su compañerismo ni por sus dotes organizativas o comunicativas. En ausencia de esas aptitudes, intenta satisfacer su infinito narcisismo a base de desacreditar el trabajo de los demás y, como alternativa a todo lo que desacredita, propone… a sí mismo. Su diagnósitico de cualquier problema es siempre el mismo: todos derivan del hecho lamentable de que los demás no son como él. Y, ¿cómo es él? Pues alguien que se desvive por romper el hielo, dialogar, crear confianza, convertir la comunidad educativa en una peña de amiguetes. En resumen, un profe que, más que un profe, es un colega. Y Dios te libre de negarte a apuntarte a la peña, porque lo único en lo que el profe guay es realmente experto es en anatemizar a quien no le siga la corriente y lo único sagrado para él es la peana moral a la que se ha encaramado.
De vez en cuando un profe guay consigue que una mayoría de alumnos, colegas y padres bailen al son que les toca. Pero la fiesta dura poco porque la tozudez de los hechos no tarda en dejar claro que es la solución de los problemas lo que crea buen rollito, y no al revés. Hasta que el profe guay descubre que la única manera de alcanzar su fantasía de dar gusto a todo el mundo es pasar a un discreto segundo plano.
Es un trago amargo porque el profe guay es constitutivamente exhibicionista. Pero no le queda otra. A los que le siguieron la corriente por puro cinismo es inútil que se arrime porque para ellos se ha vuelto invisible. Y de los que sinceramente sucumbieron a sus halagos, más le vale guardar una distancia prudencial. Un poco airoso desenlace que quienes nunca quisieron bailar el agua al profe guay (y padecieron por tanto las consecuencias de no hacerlo) no pueden evitar contemplar con una cierta fruición.
Es cierto lo que dice el cartel de la ilustración. Lo malo es que también vale para Anakin Skywalker/Darth Vader. Es el peligro de los profes que se empecinan en ignorar las limitaciones de su oficio, así que la primera lección que deben aprender lo profesores, especialmente los que tienen veleidades de emular a Obi-Wan Kenobi es una cura de humildad.
Mi experiencia en política activa es escasa y la docente, como he dicho, bastante dilatada. Pero la verdad es que da un poco igual, porque para descubrir los estragos que causan los profes guay no hace falta mucha experiencia; es de las primeras cosas que se aprenden (de hecho la mayoría de los profesores lo aprenden ya de alumnos). Y descubrir que las miserias de la política y las del mundillo educativo son similares tampoco requiere mucho rodaje. La prueba es que ya lo sé hasta yo. Claro que me he estrenado bajo la presidencia del presi guay más guay de la historia del mundo mundial.
 ( Del blog de Manuel Hernández)

jueves, 4 de agosto de 2011

Crónica de un retorno


CRÓNICA DE UN RETORNO
(Podría haberse llamado Dulcinea)

La nostalgia y el olvido crean  aparentes lagunas   difíciles de atravesar. Era un viaje iniciativo a mis orígenes,  a mis primeras realidades, al paisaje que me vio nacer y que ha alimentado durante  tantos años  las ayer insalvables ausencias.
La Manchuela, comarca que se extiende indolentemente entre las provincias de Cuenca y Albacete, en las proximidades de Valencia, olía a tierra mojada, a rastrojos casi calcinados después del tórrido verano, a majuelos con  su savia saliendo a borbotones a través del esplendor de sus cepas,  a racimos esperando la vendimia.
Era un viaje a mi pueblo, a mi historia: un  viaje de reconciliación, de  búsqueda y también de afirmación.
Golosalvo, tal vez el más diminuto pueblo de la provincia de Albacete, domina toda La Manchuela. Se yergue, sencillamente, sobre una colina a la que los lugareños llaman “Golosalvillo”. Según los más viejos de este lugar,  fue en una cueva, tantas veces inexplorada por mis miedos infantiles, donde se asentaron sus primeros pobladores. Siempre soñamos con encontrar valiosos tesoros que nunca aparecieron.
Hoy la cueva, totalmente cegada, es la depositaria de  tantas  leyendas, que  su presencia parece casi irreal. Ha pasado al olvido en la búsqueda colectiva del pueblo por indagar en su historia.
El horizonte perfila  y dibuja a lo lejos  la silueta del pueblo. Son casi las nueve de la noche y la luz  no ha disminuido un ápice. Al revés, recupera los matices más delicados de esta hora  de la tarde. Tonos comedidos, colores apagados, sabores que llegan del campo: sensaciones inexplicables e Íntimas del paisaje.
Golosalvo se ha labrado un presente y un  futuro a través del esfuerzo  de sus gentes. Lejos quedan aquellos años donde todas las miradas coincidían en la búsqueda de un mundo mejor, bien en Valencia o en  Barcelona.  De los que tuvieron que irse, muy pocos regresaron, aunque todos ellos, víctimas de la nostalgia , fueron labrando y asentando, año tras año, su presencia en el pueblo. Eran de allí  y así se sentían. Y era también allí donde querían morir.
Detrás de la iglesia, dedicada a  San Jorge, el Patrón del pueblo,  un camino conduce al cementerio. Se desliza tímidamente, en silencio,  casi en total recogimiento. La inmensidad de los rastrojos y de las viñas lo invade todo. Al fondo, siempre presente, la presencia de otros municipios, relaja la sensación de soledad  y silencio. Cenizate se recorta  a  lejos. Más allá, en un claro oscuro casi imperceptible, Villamalea,  la siempre combativa comunidad de La Manchuela en la épocas más duras del franquismo.
El cementerio, pequeño e íntimo está  cerrado. El color blanco de sus enjalbegadas paredes, a estas horas del día, luce  como rosado. Es la magia de este deslumbrante y enrojecido sol, casi herido de sangre, que está poniéndose y que lo transforma todo con su luz.
La puerta está cerrada, anudada con una espesa cadena que impide el paso, pero  llevo la llave que abre el candado y que me va a permitir la entrada.
Ya desde pequeño, nunca pude substraerme al encanto y misterio  de este camposanto, como mis paisanos lo llaman, ni tampoco al texto  que corona su puerta principal que, con el tiempo, he ido comprendiendo.
                                           “Recuerde el alma dormida,
                                            avive el seso e despierte
                                            contemplando
                                            cómo se pasa la vida,
                                           cómo se viene la muerte
                                           tan callando; “

¡Cuántas veces me he preguntado de quién fue la idea de glosar con este bello poema de Jorge Manrique nuestro destino, nuestra igualdad ante la muerte!
     Del cementerio de mis recuerdos de infancia, ya no queda nada. Sólo un par de  viejos cipreses solitarios  en perfecto diálogo con la luz y el profundo azul del cielo manchego. Cipreses, testigos callados  y mensajeros de la historia, partícipes de tantas vidas truncadas.
     Mi presencia  en este lugar cumplía una misión. Era un acto de homenaje y reencuentro hacia una persona a  la que había querido mucho. Hacía una semana que había muerto y, doblegado por la distancia, no pude compartir con ella  esos últimos momentos.
Sabía de su  fragilidad, de su corazón cansado ,pero no esperaba este viaje valiente y  arriesgado hacia  ese mundo  desconocido al que ella siempre me había confesado temer.
Sin embargo se había ido.
Su tumba, enclavada en la parte central del cementerio, era  blanca, sencilla y recién construida, resumen de los gustos estéticos del pueblo. Creo que no de los suyos. Ella  sentía y creaba la belleza natural de la vida de una forma intuitiva a través de  cómo eligió vivir. Las flores, ya casi marchitas, la cubrían totalmente. Tuve miedo de ver reflejada su alma en una de esas fotos que  obligan a recordar a la  persona a la que has querido como si aún estuviera  viva. Me alegré de poder evocarla y reconstruirla tal y como yo quería: con mi  silencio y con mis lágrimas, con mis deseos de que alguien la recibiera con una sinfonía de colores, de luces y de besos. Que se sintiese acogida y que la imperceptible línea que la une a la vida a través del recuerdo creara lazos indestructibles al tiempo y a la desidia.


Se llama Francisca, pero podía haberse llamado con cualquiera de los mil nombres femeninos que pueblan toda la llanura manchega.  Tiene ochenta y tres años y apenas ve. La pequeña luz  que ilumina su cansada mirada le permite orientarse por los recovecos de la nostalgia. Y es así como pasa la mayor parte de las  frías y largas noches invernales que  asolan  el lugar en  el que vive, este diminuto pueblo de La Manchuela.
No sabe leer y, aunque supiera, de qué le iba a servir. La luz del viejo tubo fluorescente apenas ilumina la cocina en la que ella hace casi toda su vida. Sabe de los libros a través de las historias de caballeros andantes y de los pocos viajeros que , de tarde en tarde, se alojan en la posada.
Ella también tuvo su caballero, aunque ahora, en su vejez,  lo duda. Se llamaba Juan y hace ya siete años que emprendió su viaje definitivo, su peregrinaje tras unos fantasmagóricos molinos de viento asentados en lo más azul del cielo. Debió encontrar su paraíso perdido porque nunca regresó.
Se siente vieja y cansada. Tan cansada que apenas  tiene fuerzas para viajar a través del paisaje de su memoria. Cada noche lo intenta y en su peregrinación interior a cada instante aparece el dolor de lo que quiso ser y nunca fue.
Arropada con una vieja y casi deshecha toquilla negra de  lana se duerme cada noche sentada sobre viejo sillón de anea, al calor de la lumbre que poco a poco se va extinguiendo. Al igual que su vida, paulatinamente, sin apenas respiros, van apagándose las ascuas con el frío de la llanura y con el relente que, al amanecer, penetra a través de las rendijas de la cocina.
Aunque no lo sabe, aún en sueños, casi todas las noches  Francisca llora. Enormes lagrimones se dejan caer a través de sus arrugadas mejillas hasta formar un perfilado  canal que ella ni ve.
Se siente infeliz y sola porque  sabe que su caballero andante, con el que compartió cuarenta años del viaje de la vida, nunca volverá, a pesar de sentir clavada detrás de sí su presencia. Duda si la felicidad, ese obsceno  y legendario pájaro  de fuego, anidó alguna vez en su corazón, ni siquiera cuando era niña y se pasaba todo el día en el campo cuidando el  ganado o en las tareas más duras  que el trigo y las viñas imponían. ¡Cuántas veces quiso fundirse en aquella tierra rojiza y rencorosa! No hubo alternativas a su vida y, ahora, en la vejez, se duele de ellas.
Como tantos otros, emprendió el vuelo. Dejó su paisaje, sus colores, sus recuerdos y sus nostalgias y se aventuró en una tierra extraña y lejana. Cataluña, tierra de acogida de tantos otros que, como ella, quisieron imprimir a su vida un mínimo de dignidad y coraje. Se sintió agradecida, aunque siempre supo que aquella no era su tierra, que aquél no era su cielo y que aquel sol que se escondía cada atardecer tras las montaña de Montjuïc, no era el suyo.
Poco a poco se le fue gastando el alma a causa de los suspiros y de las añoranzas y, cuando podían, ella y Juan dibujaban en su interior y en todas sus conversaciones los  sabores de su tierra con la esperanza de convertirlos en un cuadro plástico, casi con los  vivos colores  de un Benjamín  Palencia.
Ha pasado apenas un mes. A finales de agosto de este año, Paquita, dibujó en su rostro su última sonrisa y doblegó ligeramente su cabeza hacia el lado  izquierdo. Estaba sola y acababa de levantarse. No tuvo tiempo de empolvar su nariz ni de pintarse los labios.
No tuvo miedo. Sintió  una voz que la llamaba y ,sentada como estaba en su viejo y desvencijado sillón  de anea, se  abandonó y se dejó ir.

José Luis López Terol

miércoles, 3 de agosto de 2011

Hablando de economía

Dentro de mi humilde capacidad de análisis económico y con el constante bombardeo de los medios de comunicación no puedo quitarme estos días de la cabeza lo que debe ser una reflexión común y compartida por la mayoría de los ciudadanos.
La  voracidad de los  mercados internacionales, como  eufemísticamente se le domina en el lenguaje de una economía cada vez más globalizada, no deja de ser un engaño más, una píldora que intentan que nos traguemos sin rechistar.
 ¿Realmente es la economía globalizada la culpable de estos desastres? ¿La responsabilidad es de euro que encierra enormes resquicios de inseguridad y permite fácilmente ataques indiscriminados? ¿Nuestra clase política  totalmente desacreditada y en ella nuestros gobernantes que no han sabido como afrontar semejante y gigantesco desafío? ¿O es la propia  Comunidad Europea creada a imagen y semejanza de los grandes países, especialmente Alemania, indiferente al sufrimiento de los demás ciudadanos comunitarios?
 Hablamos de crisis económica, pero realmente ¿quiénes son los que la están padeciendo? Las clases más humildes y más desfavorecidas destinadas, como por un “fatum divino”, a pagar los platos rotos de una pésima e injusta gestión económica en la que los poderosos salen siempre de manitas e  indemnes.
El escándalo nos invade. Mientras cinco millones de parados  en España viven la economía de la pobreza y del desamparo por la aplicación de medidas llamadas “indispensables, duras y necesarias” que recortan más y más  los logros sociales conseguidos durante tanto tiempo de lucha, las grandes empresa (Telefónica, Repsol, Bancos…etc.) siguen obteniendo enormes y pingües beneficios.¿No es eso un enorme ESCÁNDALO?
Sigo pensando en esta reflexión que  no me deja ningún día, quiénes se  mueven detrás de estos ataques especulativos. ¿Estados Unidos, China, Alemania, el llamado club  Club Bilderberg u otras fuerzas fantasmales y oscuras?
Espero que la lectura de  “El imperio invisible” de  Daniel Estulin y mis propios criterios me permitan entenderlo mejor  o que vosotros aportéis vuestras propias ideas.

José Luis López Terol